Estamos comenzando la Cuaresma. Un año más un recorrido de cuarenta días que nos invita a desprendernos de todo aquello que nos sobra, nos molesta, para reconocer a Dios como nuestro único señor, como el exclusivo dueño de nuestro corazón. Con él -necesario aclararlo- también caben en nuestro corazón los demás, porque el verdadero amor nunca es excluyente. Dios nos quiere a todos, igual que un padre, que una madre, quieren a todos sus hijos.
Pues bien, ¿hasta qué punto estoy dispuesto a vivir la Cuaresma? ¿Qué ocupa mi corazón? ¿Cuáles son mis otros amores? ¿Qué me tiene atrapado? ¿Cuáles son las barreras y frenos que pueden existir en mi vida? Pudiera ser que el primer obstáculo sea pensar, sentir, considerar que no necesito conversión; que ya estoy en el camino correcto. Acaso, algunas pinceladas de cambio, pero no auténtico y verdadero cambio en la dirección de mi vida o de mis amores.
No rezamos lo suficiente el hecho de que el mismo Jesús es tentado. Así lo vamos a escuchar en el evangelio de este domingo. Tentaciones sobre lo material, sobre la fama, el prestigio, el poder… Si el enemigo tentó a Jesús en esos aspectos es porque realmente clavaron en el corazón de Jesús las garras poderosas del pecado. Él salió victorioso del desierto. Y en el monte de los olivos, también quiso alejar a Jesús de la voluntad del Padre.
¿Cómo puedo yo tener la pretensión de que ya soy buen discípulo o de que no necesito purificación profunda? Señor, hazme reconocer tu amor por mí, para que pueda alejarme de todo pecado. Buena Cuaresma.