Todas las parroquias y comunidades cristianas deberíamos estar rezando con profundo dolor por la situación en Tierra Santa. No es una cuestión de judíos y palestinos; no es un debate ni siquiera político o histórico. Mucho más profundo aún, porque en aquella tierra descubrimos a Dios creador y redentor que acompaña los destinos gozosos y sufrientes de toda la humanidad. Muchos de los que lean esto habrán tenido la suerte de haber peregrinado a la tierra del Señor. Otros no habrán recibido ese regalo, pero todos encontramos en ella el origen, raíz y meta de nuestra fe. También meta, no solo inicio, porque nos espera la Jerusalén celeste. En aquella tierra encontramos el aliento necesario de la vida nueva que hemos recibido en el bautismo.
Toda guerra y conflicto, además de la grave al extremo pérdida de vidas; de la destrucción en todos los ámbitos, supone una gran herida en el corazón de la humanidad. Lo primero se ve, lo segundo no.
No se trata solo de rezar, porque todo pequeño desencuentro desarrolla la misma dinámica de violencia, opresión e injusticia que una gran guerra.
Ojalá y no perdamos la sensibilidad para acompañar a los que sufren por cualquier causa y que cualquier guerra o conflicto no nos pille lejos porque si es así geográficamente, sí que podemos estar unidos afectivamente a los que sufren. La indiferencia práctica habla mucho de nuestro egoísmo porque, a la postre, da la sensación de que solo nos importa lo que afecta a nuestra vida cotidiana. Con la incursión en el Líbano y la respuesta iraní suba el precio del gasoil para la calefacción y eso sí nos importará.