Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Cajas de cartón

06/03/2025

Acaba de meter el ratón del ordenador en la caja de cartón. Cree que es lo último. No la cierra por si acaso se ha dejado olvidado algo. Antes de mirar, se para delante de la ventana, la abre. Quiere respirar un poco, puede que también despedirse de un lugar donde ha pasado los últimos años. Echará de menos a la anciana del edificio de enfrente, los momentos en que se relajaba viendo cómo sacaba al balcón un cuenco con agua para que bebieran las palomas. Siempre eran dos. Imagina que dos distintas a lo largo del tiempo. Pero, curiosamente, dos. Y juntas. Se posaban en la barandilla y caminaban como cualquier funambulista. Verlas caminar le sumergía en otro mundo, le hacía olvidar por unos minutos el estrés de muchos de sus días. 
Él y aquella anciana, los dos atentos a la misma imagen como si estuvieran delante de una pantalla de cine. Cada uno a un lado; los dos centrados en la misma cosa; los dos con vidas muy distintas; los dos buscando algo para evadirse un poco. Ella, piensa, para matar la soledad, pues jamás, en esos años, vio a alguien más asomarse a esa ventana; él, para intentar poner un poco de tranquilidad, para parar y despejar su mente de los problemas diarios, últimamente, demasiados.
Ahora se gira. El suelo está lleno de cajas de distintos tamaños. Las estanterías vacías. El polvo sobresale tras haber quitado algunos adornos. Las paredes, con las marcas de los cuadros que ya están embalados. La sensación es extraña pero no sabría definirla. Pasea por el resto de estancias, ya no hay muebles, ya no hay nada más que los recuerdos que cada uno quiera llevarse, momentos que darán paso a otros nuevos, los que protagonicen los inquilinos que ahora lleguen con otras historias, otras prisas, otros negocios.
Ese ir de una habitación a otra no le causa desasosiego ni tristeza. La incertidumbre la ha debido guardar en alguna de las cajas porque tampoco lo asalta. Es raro, porque no tiene la sensación de otras mudanzas, de otros cambios, de ese, en el fondo, volver a empezar. Quizá se ha hecho mayor, piensa, porque alguien, alguna vez, le comentó que uno siente que se ha hecho mayor cuando por encima de todo se impone la serenidad. Y así está: sereno.
Echa un último vistazo y parece que todo está recogido. Regresa al inicio, a esa caja de cartón abierta donde ha metido el ratón del ordenador. Lo coloca bien y la cierra con cinta de embalar. A partir de ahí, piensa que ya no tiene ningún sentido quedarse más tiempo. En una hora llegará el camión de mudanzas. Ni siquiera se molesta en poner la alarma.
Decide bajar por las escaleras en vez de coger el ascensor para agotar bien los últimos segundos en ese lugar que ha sido mucho más que una oficina. En el portal está el portero, le da las llaves, sale en silencio a la calle, y comienza a caminar seguro de que esta vez no volverá la vista atrás.

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