No conocía la citada expresión de 'jajaganda'. Lo más próximo para mí estaba por las lindes de la mojiganga –obra teatral breve, de carácter cómico, en la que participan figuras ridículas y extravagantes–. Incluso también pensé en esa neolengua inventada por Julio Cortázar, en 1963, al compás de su obra mayor Rayuela, que llamó como Giglíco y donde lo que valía era el valor acústico y fónico de las palabras más que su sentido. Por eso un poema era un pameo o una meopa. También, añadí la jitanjáfora de Alfonso Reyes, que ya saben que es un enunciado lingüístico constituido por palabras que en su mayor parte son inventadas y carecen de significado. Pero ahora, merced a los análisis televisivos del programa más discutido de los últimos tiempos, La Revuelta, de David Broncano, en TVE, ha surgido el palabro en cuestión. Por lo visto, es casi una derivada de una expresión rusa que alude a la propaganda estatal humorística adobada de medias verdades y de notorias vaguedades, que agrega el prefijo del jaja chistoso con el sufijo ganda que cuelga de toda propaganda pegajosa.
Eso es lo que cuenta y propaga –jajaga, tal vez– Cristina Casabon en The Objective, el 15 septiembre, sobre un programa que, a juicio de la citada, vende humo por piedras preciosas, toda vez que: «El éxito de la 'jajaganda' suele explicarse por la mala gestión de las emociones del telespectador». Aunque yo dude de esa gestión sentimental de alguien que se dirige al respetable golpeando un bombo, con caja bicolor nacional. Como Manolo el del Bombo que acompañaba a la selección española de fútbol, con financiación oculta y forofismo declarado. Y que creíaél mismo meter los goles.
Para no ser menos elocuentes, en El País, el mismo día 15, le dedican líneas a Broncano y sus prestidigitaciones y prodigios, tanto Sergio del Molino –nostalgia de una tele no militante–, como Héctor Llanos Martínez, a plena página, en el espacio Pantallas –Causas y consecuencias de Broncano, un tsunami en la televisión tradicional– otorgándole al asunto tsunami tanta importancia como la doble página dedicada a la crisis de la vivienda que ahoga las clases medias y al gran avance del bosque en España. Y ya saben, el éxito es golpear el bombo en traje oscuro de antaño y deportivas de hogaño, y con cara de 'yo no he sido'. Por lo que, termina Casabon: «A veces pienso que están haciendo de la cultura un producto de lujo al alcance de muy pocos. Esto debe de ser la democracia morbosa a la que hacía referencia Ortega en El espectador».