El 18 de abril de 1995 iniciaba mis colaboraciones en el diario La Tribuna, –entonces con la rúbrica de Para/lelos, que duraron hasta el 10 de diciembre de 2002 con el texto de despedida, Chapapote, y el relevo sostenido con Hola y adiós, el 20 de ese mismo mes, en que apareció la actual columna de Doble dirección– con la pieza La decencia de la queja. Artículo inaugural de la serie de colaboraciones en el diario, que duran ya treinta años, aunque pueda no parecerles a algunos tantos los años transcurridos, y a mí tampoco. Artículo el de La decencia de la queja, que retomaba las recientes lecturas de entonces, de los libros de Robert Hughes, La cultura de la queja (1994), y de Margarita Rivière, La década de la decencia (1995). La pieza de Hughes se subtitulaba por aclaración, Trifulcas americanas, y daba cuenta del tono medio y máximo, sostenido en los debates americanos de la guerra cultural de finales de los años 80 y del proteccionismo de lo 'políticamente correcto'. Particularmente la denominada como 'Tercera conferencia', denominada 'La moral en sí misma: el arte y la falacia terapéutica' y que comenzaba, no por casualidad, con la afirmación: «La guerra cultural americana comenzó oficialmente el 18 de mayo de 1989 en el Senado de Estados Unidos». Circunstancia esta de tremenda actualidad hoy, desde el 20 de enero de 2025, con la llegada –en segundas 'nupcias' presidenciales de Trump al despacho/regazo oval–. Por su parte Rivière –prologada por Manuel Vázquez Montalbán con el envío de Carta a una señora pensadora–, abría su texto con una sutil dedicatoria para iniciados: «A nuestra generación de sesentayochistas, a modo de fugaz ajuste de cuentas tanto por los errores como por los aciertos». Por más que Rivière sea siete años mayor que yo y el sesentayochismo no pueda ser compartido del todo y cuyo subtítulo daba cuenta del tono de su contenido medio: Intolerancias prêt-à-porter, moralina mediática y otras indecencias de los años noventa.
Días pasados, en el diario El País, el filósofo Daniel Innerarity retomaba el recuento de ese hilo del debate político-cultural de los primeros noventa con el artículo Contra el 'antiwokismo'. Lo woke como categoría conceptual de cierta corrección política post mortem y postmodern. Artículo cuya lectura me retrotrajo –en un largo flashback– a ese pasado que nos mira sin apariencia de movilidad. Y me hizo comprender la lectura actualizada de lo que ya se había debatido hace treinta y cinco años. Para entender –o dejar de entender– lo poco que cambian algunas cosas.