José Rivero

Doble Dirección

José Rivero


Piqué y las estatuas

26/03/2025

Dice Gerard Piqué, exfutbolista del Barcelona, reconocido culé de pies grandes y de boca enorme, ardiente partidario del procés catalanista, expareja de la cantante colombiana Shakira, socio fundador de la empresa de deportes y similares, denominada Kosmos, y artífice mediador en la adjudicación por parte de la Real Federación Española de Fútbol a Arabia Saudí de la Supercopa de España, que en cualquier otro país le habrían puesto una estatua. En reconocimiento admitido, de sus méritos extraordinarios y celebrados, por la proeza –compartida con el condenado besucón, toca huevos y expresidente de la referida RFEF hasta hace pocos meses– de trasladar a Arabia Saudí la disputa de ese trofeo devaluado en mucho, dice Piqué, como justificación del sorteo árabe y de la rifa federativa. Todo ello sin estatuas por ahora, pero capaz de rentarle cuatro millones de euros por ejercicio desde 2019, en concepto de comisión y componenda, como ha declarado recientemente en el juzgado de Majadahonda.
Consciente de su papelón, Piqué reclama que se le levanten –que se le deberían haber levantado ya– esas estatuas que reconozcan sus grandezas y su soberbia con balón y sin balón. Como ocurre en las ciudades que practican el reconocimiento de sus hijos célebres y celebrados, naturales  o adoptivos: Joyce y Oscar Wilde, en Dublín; Martínez Montañés y Bécquer en Sevilla; Gaudí y Jaime I en su natal Barcelona; o Valle Inclán y Baroja en Madrid. Pero, por lo visto, faltaría la pieza reclamada como justicia equitativa para el jugador de ventaja, que no ceja en el empeño: la estatua de Gerard Piqué golpeando el balón y celebrando la lluvia de billetes. No dice dónde habría deseado que se levantaran tales piezas conmemorativas como onomástica de sus intermediaciones. En la ciudad del fútbol de Las Rozas, a los pies del Camp Nou, en plenas Ramblas de Barcelona o en algún enclave de los estadios árabes donde se disputaban los encuentros regados con billetes. Como la otra estatura reciente que hemos conocido:Donald Trump en plena Riviera Palestina, en pieza de oro macizo y regado por billetes de dólares de papel.
Escultura de bronce, de piedra o de metal trabajado. Incluso –¿por qué no? – escultura de humo como las tratadas en el relato de Giovanni Papini del libro Gog, La nueva escultura, por cuenta del escultor checoslovaco Natiegka. Pues eso, escultura de humo para el sorprendente e inconmensurable Gerard Piqué. Un humo que se desvanece y que no deja más recuerdo que del fuego pasado. Si es que lo hubo o fue sólo provocado.