Hay dos domingos en el año litúrgico, el tercer domingo de Adviento y el cuarto domingo de Cuaresma, en los que la alegría y el gozo son el venero por el que nos conduce la Palabra de Dios. En uno y otro se ve ya cercano el nacimiento del Señor y la Pascua del Señor. No dejan de ser la esperanza y la alegría, en medio de este tiempo cuaresmal, que destaca como tiempo penitencial por excelencia, lo más y profundo característico de la fe y de la vida cristiana: Dios nos salva por pura gracia. Su misericordia se derrama abundantemente en nuestros corazones castigados por el pecado. 
Pero, ¿qué es el juicio de Dios? ¿Será él quien decida, mirando nuestra vida cuál es nuestro destino? El ejercicio de la libertad es nuestro. Igual que Dios no se nos impone en esta vida, -y podría hacerlo-, tampoco será él quien nos juzgue. Nosotros mismos, con nuestra vida, con nuestras elecciones, ya estamos juzgados al orientarnos en una dirección o en otra. No se trata tanto de los pecados cometidos, porque algunas veces están transidos de debilidad, sino de elecciones libres contra Dios y contra los demás. «El médico, en lo que depende de él, viene a curar al enfermo. Si uno no sigue las prescripciones del médico, se perjudica a sí mismo. El Salvador sino al mundo […]. Si tú no quieres que te salve, te juzgarás a ti mismo». Por eso Dios es misericordioso, pero su perdón no podrá ejercer violencia a nuestra libertad. ¿Cuál es tu camino cuaresmal?