Ir a Leipzig. La ciudad de los libros y las artes gráficas, allí salió a la venta el primer periódico del mundo, mediados del XVII. Y de la música. Ir acaso tras el olor de la tinta y el sonido de la música barroca, mientras otros corren estos días tras los vientos de la Eurocopa alemana. La fan zone futbolística al pie mismo del austero edificio de la Ópera, de época estalinista, pasear la Grimmanische Strasse y cruzar la inmensidad de Marktplatz para buscar la entrada a la Iglesia de Santo Tomás, donde Johan Sebastian Bach fue director del Coro y en cuyo atrio está enterrado.
No busquen los órganos donde interpretaba. Tampoco un museo a su altura. Ni el entonces famoso Café Zimmermann, donde ofrecía conciertos y esas piezas más profanas, en contraposición a su titánica producción sacra. Muy cerca de su enorme estatua, donde empuña una partitura junto a un pequeño órgano, habrá casi siempre algún cuarteto de cuerda atrayendo a los visitantes, imitando la emoción de su música. Y cerrando imaginariamente los ojos para situarnos en aquella ciudad del siglo XVIII con más de cincuenta editores y libreros, y su feria del libro más importante del mundo (hasta que pasó ese podio a Frankfurt, pero sigue siendo epicentro ferial); un puente entre Occidente y el mundo eslavo, donde Bach ejerció desde 1723 hasta su muerte en 1750, con 65 años.
Y leía previamente uno el libro de Ramón Andrés, Johan Sebastian Bach. Los días, las ideas y los libros (Acantilado), y contextualizaba la influencia de un compositor que ha llegado hasta el jazz y el blues, porque, en bella metáfora del escritor y músico pamplonés, "Bach pensó el mundo como abstracción sonora". Bach, creador en un mundo luterano, excede la idea de fe, que en absoluto restringió su amplitud espiritual e intelectual; incluso se vienen documentando en su obra elementos geométricos y matemáticos. Con una vida difícil, dependiendo de la nobleza gobernante y/o la jerarquía religiosa, con numerosos hijos de dos casamientos, el autor de las Variaciones Goldberg o La Pasión según San Mateo, entre tantísimas obras, alcanzó tal dimensión que, como dice Vela del Campo, el compositor-organista es nuestro auténtico contemporáneo.
Pero el círculo bachiano se cerraba a mi regreso, cuando en Atocha la misma persona culta y leída que un día había dejado un billete usado del avant Ciudad Real-Madrid, de febrero de 2023, nominal por ser un abono, entre las páginas del citado libro sobre Bach, que yo había sacado más de un año después de la Biblioteca del Parque Gasset, la encontraba en mi tren de vuelta, por lo que tras los saludos hube de preguntarle por Bach y el libro. Sorpresa…, risas, y su despiste con esa 'medallita' como recuerdo a modo de marcapáginas, a lo que acostumbra, me decía. Él también había buscado a Bach entre las sombras luminosas de una ciudad que sobrevivió a los bombardeos e incluso a la Stasi.