Decir paisajes es decir misterio, incertidumbre, desconocimiento. Adentrarnos en los paisajes del alma es sumergirse en los territorios de lo desconocido. Buscamos o retratamos o fotografiamos un paisaje y estamos participando de una suerte de medición —y mediación— de uno mismo. Así, tantos paisajes como retratos del interior a muy diferentes temperaturas.
Hay paisajes emocionales y físicos como los filmados por Win Wenders en su película París, Texas, que ahora cumple cuarenta años. Espacios desérticos en una inmensidad rocosa y árida, donde la conmoción de la nostalgia camina junto al personaje de Dean Stanton, al tiempo que nos recuerda a John Ford en esas latitudes de western. O paisajes, por no salirnos del cine, como La noche del cazador, de Charles Laughton, más anterior, donde es hipnótico y trágico, filmado en un blanco y negro de tinieblas sugeridas, donde la luminosidad de lo oscuro adquiere una condición única. Del color rabioso del primero, a los tonos expresionistas del último filme que rodó el actor. Del autorretrato interior a través de desiertos fordianos, a la oscuridades de un cuento plagado de miedos.
Interferencias citadas —yendo al puro arte fotográfico— que se podrían reconocer a propósito de la treintena de imágenes, en su mayoría blanco/negro o con leves matices, de Zouhair Halaoui en el museo Elisa Cendrero. Salvo una foto netamente abstracta de un barrido sobre aguas, el resto es de un naturalismo espectral, como si las riberas de los Bullaque, Guadiana, Bañuelos y Cigüela hubieran sido revisitados bajo una luz lunar —casi como las aguas pantanosas de la película de Laughton—, donde la naturaleza protegiera a los niños en su huida. En esta su quinta individual, Halaoui, parece que sin salir de la soledad y el intimismo de sus imágenes, donde retrataba lo perdido o deshabitado, y algunos retratos humanos, se ha decantado por una poética entre silenciosa y evanescente.
"Vas hacia lo invisible / y sabes que es real lo que no existe", dicen los versos de Gamoneda. ¿Existen de verdad estos lugares donde el fotógrafo me dice que ha tomado cinco mil imágenes en otoño/invierno durante dos años? Y no muy lejos: Luciana, Piedrabuena, Campomojado, El Cristo. Son orillas descuidadas, el dramatismo de un tronco partido por la mitad o ese árbol solitario sobre un fondo de nubes, la construcción ruinosa en un paraje como asolado por la guerra, reflejos bajo la niebla,... Porque esta vez su autor ha prescindido de títulos, de referencia alguna que aludiera a lo real. ¿Existen o no? ¿Misterio onírico o revelación nocturnal?
Y también se dan los paisajes heterogéneos y experimentales, que se superponen y se entrecruzan, como los que recoge la revista Fotocolectiva en su nuevo número, el quinto, de actitud "contrafotográfica". Un producto independiente, editado aquí pero todo lo contrario que localista, cuando como escribe Ramón Peco, uno de sus creadores, "la fotografía vive su mejor momento porque ya nada importa". Además en papel, qué osadía, qué locura.