Tiene sólo tres años. Durante el verano, le han contado muchas veces que ya es mayor y que cuando se acaben las vacaciones irá al mismo colegio que su hermano. Parecía que agosto no iba a acabar nunca, pero terminó y septiembre llegó cargado de cotidianidad y nuevas realidades.
La noche anterior a ese primer día escolar, la mamá le pidió que le ayudase a preparar sus cosas: el nuevo uniforme con sus calcetines y camiseta a juego, las gomas para el pelo, y la mochila donde junto a ese libro lleno de dibujos, letras y números sueltos con el que aprenderá a pintar para distinguir los colores, las cosas, las palabras… no podía faltar su botellita de agua y su merendera. Una mochila que abulta casi lo mismo que la pequeña. Y que le encanta.
Mientras preparan todo, la mamá le cuenta lo bien que lo va a pasar, los amiguitos que va a encontrar en su clase y todo lo que va a aprender en la escuela. La niña, de grandes ojos marrones, mira entusiasmada a su alrededor. No sabe realmente qué significa ese mundo que le dice su mamá, pero sí que algo importante va a pasar. Sus ojos redondos como una luna llena brillan tanto como aquella noche de Reyes Magos cuando al despertarse descubrió que habían estado en el comedor. En lo primero que se fijó fue en que se habían comido las galletas y habían vertido la leche; luego, que le habían dejado un montón de regalos. Además de la emoción, las dos noches tenían algo en común: la necesidad de irse pronto a la cama. El sueño tardó en llegar, pero finalmente cayó rendida.
El colegio comenzaba a las diez, por lo que no había necesidad de madrugar. Pero un niño no controla los tiempos y menos cuando los nervios de la novedad se cuelan. A las siete menos veinte en punto, su pequeña mano acariciaba la cara de su papá para que se levantara: la tenía que llevar al colegio. Imposible volver a dormirla. Despertó también al hermano, y ella sola comenzó a ponerse el uniforme que la noche anterior habían colocado en la silla para que no se arrugara.
En el coche fue cantando las canciones de siempre. Ya en la puerta del colegio se encontró con un montón de niños de la mano de sus papás. Algunos lloraban, sus ojos se volvieron a abrir porque no entendía. De pronto, salió la profesora para que pasaran ya al aula. No se lo pensó.
Los años pasarán y será difícil que, por su corta edad, su memoria atesore su primer día de cole, pero sus papás se encargarán de contarle que se soltó de la mano y corrió la primera hacia la clase, que fue sola y decidida, como ya se veía venir que crecería, y que un bonito vídeo de bienvenida a todos los niños grabó su feliz instante. Al recogerla, sus ojos no habían dejado de brillar.