Lo último que les han quitado ha sido la voz.
Escuchar a una mujer cantar o recitar versos en un acto público va en contra de la moral. Ese es el gran motivo que los talibanes esgrimieron hace unos meses para arrinconarlas más si cabe en un país, Afganistán, que en los últimos años ha retrocedido décadas.
La llegada de los fundamentalistas en el 2021 supuso el adiós de lo conseguido; la vuelta a un pasado que no sólo las ignora, sino que las castiga, las olvida, las anula. Es duro vivir lo que uno no espera vivir; regresar a una época de la vida que creías ya pasada. Pero no olvidemos que nadie está libre de pecado. Alcemos, al menos, la voz por ellas.
Todo puede cambiar en este mundo convulso que vivimos, donde los radicalismos crecen rápidamente, donde las aguas cristalinas de los ríos pueden desbordarse, cambiar de color o secarse. Lo que ahora está puede no estar en un instante.
Recuerden las imágenes de la llegada de los talibanes a Kabul. El horror, el miedo… la gente huyendo, la retirada de las tropas estadounidenses… Hace ya 3 años que empezó la rápida cuenta atrás. Y ser mujer en este rincón del mundo equivale a ser nada.
Que no se oiga la voz de las mujeres afganas, pero que tampoco se las vea. Ya fueron obligadas a cubrirse bajo el velo integral. Nada de ropas pegadas, ni vestidos que puedan insinuar… Nada de maquillaje ni pinturas en esos rostros que también deben esconderse, quizá para que tampoco se vean las lágrimas que produce la frustración, la mirada de la tristeza y la indignación, el terror ante lo que se vuelve a vivir. Fuera también ese perfume que pudiera recordar a otras mujeres de otras tierras donde sí gozan de la libertad, de los derechos que cualquier persona debe tener. Leyes que matan en honor de la moral.
En Afganistán no hay más leyes que las que coartan, no hay más derechos que los que no existen, normas que borran los sentidos, que no dejan ver ni oír, ni sentir ni oler… que no dejan vivir con dignidad.
Nacer mujer es una desgracia. Las niñas mayores de 12 años deben interrumpir sus estudios. Se les prohíbe la educación secundaria… y de la ilusión de ir a una Universidad, ni hablar. No les interesa mujeres cultas, formadas, educadas. La manipulación es más fácil cuando hay desconocimiento e ignorancia. Vuelve el analfabetismo.
No olvidemos, no callemos, no dejemos que las voces de estas mujeres se olviden para siempre. Cedamos las nuestras para alzar y gritar lo que ellas no pueden. Versos al aire para que fluyan, para que vuelen, aunque hayan cortado las alas de sus autoras, para que no muera la esperanza. Y eso es lo que hizo la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE) con motivo del Día de la Mujeres Escritoras, leer los textos de mujeres afganas recogidos en El suicidio y el canto, obra traducida por Clara Janés. Para no olvidar, para que sigan teniendo voz.