Uno, dos, tres, cuatro, cien, cuatrocientos… La suma aumenta y aumenta cada día hasta sobrepasar los setecientos. Sí, son los casos de cáncer que cada día se diagnostican en nuestro país.
En las salas de espera de oncología de todos los hospitales de España alguna persona o varias recibirán esa inquietante noticia que no hubieran querido escuchar nunca.
Un sillón, una mesa, una silla. Una ventana, cuando la hay, hacia donde uno mira sin ser consciente, quizá buscando el aire que de repente siente que no tiene, quizá una salida para esa incertidumbre que poco a poco se apodera de la cabeza y la golpea como el pájaro carpintero mientras se pregunta sin cesar ¿y ahora qué? ¿y ahora qué? Y ahí queda en el aire esa incógnita que no tiene respuesta, voces repetidas como el eco, incontroladas como el vacío.
Y se abandona la consulta y allí quedan también tantas y tantas dudas que no fueron planteadas, que quedaron en el saco del olvido, debilitadas, ante esa información que, aunque fuera esperada, no deja de tener una enorme carga sorpresiva. Pero antes, mientras el oncólogo habla, el paciente calla; y mientras más información, más sensación de empequeñecimiento.
Niña sin serlo perdida en el mar que tanto teme y ama, en esos montes sin veredas para regresar. Saber, no saber. Qué es lo preferible, qué es lo mejor. Y llega ese momento en el que ya no escucha, no puede hacerlo. Los comentarios del doctor han quedado en un plano distintos, mientras en el suyo intenta asimilar el último consejo dado, el que confirma que se le caerá el pelo, su larga melena. Un escudo para esquivar los primeros golpes que ya está recibiendo. Una muralla para protegerse. Lo que ha de venir, que venga. Pero que sea despacio. Y respira, porque el aire empieza a faltar.
No, ya no escucha a ese doctor que no quiere que luego le digan que él no había advertido del camino que ahora comenzaba: sus idas y venidas a los hospitales, analíticas, bajadas de defensas, pruebas, quimioterapias, secuelas varias dependiendo de…
Y sin querer, acaricia su pelo y se sitúa en aquel cuarto de hotel de enormes espejos. Era una adolescente… Ya no puede escuchar más. Siente miedo. Sabe que las cosas no van a ser fáciles, pero ahora solo piensa en que ha de luchar. Luchar, luchar, luchar…
Una, dos, tres, cuatro, cien, doscientas, trescientas, miles… ¿cuántas personas diagnosticadas con cáncer se curan en España? Cada vez más. Y este dato también hay que manejarlo. Porque la ciencia avanza, porque los investigadores no cesan en su empeño de buscar el origen y la sanación para esta enfermedad que tanto daño y miedo causa.
Esa es otra palabra clave que llena de esperanza a tantas y tantas personas diagnosticadas. Que el dinero de todos, nos beneficie a todos. Esas inversiones son sinónimo de futuro.