La lucha contra el cáncer no siempre se gana. Muchas veces, sí; otras, no. Obviar la realidad no sólo sería engañarnos, sino dar la espalda a quien necesita que miremos de frente. Pero esa afirmación no es la excusa para tirar la toalla, para dejar de remar porque la tormenta ya está encima de nosotros, para rendirse antes de que empiece la batalla. Afrontar es avanzar. Querer es llenar de ilusión el futuro, aunque este sea demasiado inmediato. Si vemos lo que se nos viene, nos prepararemos para esa lucha e intentaremos ganar; si de entrada nos damos la vuelta, para no querer ver, nos sorprenderá indefensos y seremos vencidos, no habrá piedad. Y de nosotros dependerá esa decisión: escondernos debajo de una cobija, llorar y dejarnos caer o agotar la posibilidad de celebrar un triunfo cuyo premio es la vida.
Sé de lo que hablo, de lo que supone que te digan que han detectado esas células enfermas en alguna parte de tu cuerpo. También sé de la dificultad de asumir esa información, del dolor que provoca un diagnóstico, de cómo el miedo no desaprovecha la más mínima fisura para colarse, acomodarse y quedarse. Somos peces que nadan desorientados entre los cambios que provocan las corrientes marinas. Somos frágiles pajarillos en el nido recién salidos de sus huevos. Somos flores nacidas en esa estación que no es la que debe ser. Somos libros carentes de palabras con sentido. Pero también sé que en ese viaje al que cuesta subirse, siempre se encuentra una mano, o muchas, que te ayuda a orientarte, que te cuida, que te riega, que te llena de historias los silencios y los momentos difíciles que llegan.
Los datos que la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) daba a conocer hace unos días ponen los pelos de punta. Las previsiones para este 2024 hablan de que en nuestro país se detectarán unos 286.664 casos, y que los hombres lo padecerán principalmente de próstata, colon y pulmón; y las mujeres, de mama y de colon y recto. No me voy a entretener dando más cifras ni ahondado en esta información, porque junto a esta realidad hay otra tan válida como que cada vez son más las personas que salen victoriosas de sus particulares luchas.
Quiero pensar en la esperanza antes que en la derrota; en la fuerza antes que en la debilidad; en los días de brisa placentera y no en la furia de la lluvia que te obliga a guarecerte; en la prevención para intentar evitar que llegue lo que no deseamos. Y quiero hacerlo pese a todo, y aun sabiendo que no siempre se gana.
Apostemos por la prevención, por una vida más sana y por la investigación. Que el dinero de todos beneficie a todos, que los investigadores reciban esas fuentes tan necesarias para seguir abriendo puertas, para que haya luz donde ahora hay oscuridad y para que lo imposible de hoy se torne mañana en una gran posibilidad.