Lleva toda la mañana colgado al teléfono para intentar solucionar distintas gestiones y ya roza la desesperación. Por un lado, por la pérdida de tiempo; por otro, porque no ha conseguido resolver prácticamente nada.
Las primeras llamadas fueron a su banco para intentar averiguar un misterioso cargo en Roma que nunca ha hecho, porque no ha estado. Las segundas, para el cambio de un billete de tren que, por motivos que desconoce, no puede hacer directamente en la web de la compañía ferroviaria. Las terceras, para anular la subscripción a unos videojuegos que seguramente hizo su hijo sin su consentimiento y que ha aparecido en la factura del teléfono; y las cuartas, para conseguir una cita en el hospital. Llamadas y llamadas.
Las cuatro gestiones han tenido la misma capacidad para llevarle al borde del desquicie. La paciencia que se requiere hasta que alguien o algo responde es incompatible con los minutos y minutos que siguen después, cuando antes de decir nada una voz grabada advierte directamente de que todos los operadores están ocupados. Es entonces cuando empieza una música que reconoce que no soporta por lo que, pasado un rato, con sus impertinentes interrupciones, decide colgar. Desesperación es lo que empieza a entrarle cuando consigue que le atiendan, entonces, otra voz, normalmente de mujer, le tiene un rato entretenido para que sepa sus derechos, y que le van a grabar, grabaciones que si reclama no sirven para nada. Tras un primer paso, le invitan a escoger entre las opciones a, b, c, d, e, marcando un número, el 1 si es la a, el 2 si es la b, el 3 si es la c… Decidido el número correspondiente con cierta inseguridad, vuelve la voz con un nuevo despliegue de posibilidades, en la que ninguna de las que se le ofrece se acerca al motivo de su llamada. No importa, se arriesga y se tira a la piscina por si cuela y un humano se pone al teléfono, y cuando piensa que está cerca, la voz grabada le dice que no le entiende, y él repite cargado de esa paciencia a punto de explotar. Y cuando al final es entendido, reza para que esta vez sí le pasen con alguien de verdad. Y así es. Le escucha los tres minutos que con desesperación cuenta lo que pasa, pero mala suerte, no es ese el departamento al que debe reclamar. Y, ante su sorpresa, y tras pedirle que conteste a una breve encuesta, cuelga. No se cree que tiene que volver a empezar.
Toda la mañana, de un número a otro y otro y otro…para nada. Y ahí sigue, sin saber qué pasará con esa compra en la capital italiana, si le abonarán o cambiará su billete para viajar en otra ocasión, y hasta cuándo aprovechará su hijo los videojuegos de su móvil. Al menos, ha conseguido cita para su médico privado el 22 de febrero, si es que no muere antes de un infarto con tanta tecnología y modernidad.