El misterio de la Santísima Trinidad, que celebramos este domingo, puede parecer muy lejano a la realidad que vivimos cada uno de nosotros. Es un misterio de amor, de Dios que imprime su propio ser en nosotros. Todo nace del amor, y todo tiende al amor. Además, para unirnos íntimamente en el amor a Dios. Es tan cercano Dios a nosotros que su hijo, Jesús, imagen perfecta suya, se encarna como uno de nosotros. Es en todo igual, menos en el pecado. Tal es la cercanía de Dios con nosotros. Incluso -así lo dice el papa Francisco-, ha querido tener una madre, una mamá.
No hace mucho, en diálogo con un niño, observando sus reacciones, sus comportamientos, sus miradas, le dije: «¿Tú sabes que Dios te quiere?». Su respuesta fue muy significativa de lo que está viviendo nuestra sociedad, especialmente los más jóvenes. Los datos de depresión y de suicidio sobrepasan, con mucho, la alarma y la preocupación. Una sociedad que, a pesar de todo, no percibe ser querida. Estamos viviendo una verdadera pandemia silenciosa. Su respuesta fue: «¡Cómo me va a querer Dios si soy un inútil!». Comprendí con mucho dolor hasta qué profundidad llegan los sentimientos de abandono; la falta de percepción de cariño; el dolor profundo de un corazón que se está formando.
Por eso, que Dios te quiere a ti, en lo más íntimo de todo lo que eres. Conociéndote, te quiere. Eres amado incondicionalmente. La carrera que estamos viviendo por ser más, por tener más, por aparentar más, nos destroza. Son urgentemente necesarias personas que amen incondicionalmente con el modelo de Jesucristo: hasta el extremo.