Y dónde está la alegría? No es una pregunta baladí. De su respuesta depende la felicidad profunda de cada uno de nosotros porque, claro está, no hablamos de fiesta, ni de jolgorio, ni de ruidos o luces ahora que estamos a las puertas de la Navidad. A estas alturas, deberíamos no estar para superficialidades, aunque en este tiempo se multiplique todo ello y haya, quizá sean muchos, a los que les interesa seguir ofreciendo el panem et circenses (pan y circo) acuñado por Décimo Juvenal.
Y es que ya entonces, y no sería ni siquiera nuevo como no lo es ahora, estaban preocupados de ofrecer diversión y comida barata para distraer al pueblo. Hoy se ha convertido todo en espectáculo. Hasta la información más pretendidamente seria, importante y veraz, sufre la manipulación de la ideología. Quizá las distracciones sean más poderosas que las propias capacidades del ser humano, pero vamos a seguir confiando en él.
Por eso, ¿dónde está la alegría?, ¿cómo alcanzarla?, ¿cómo saborearla, aunque sea de manera imperfecta? La limitación del hombre llega también a su felicidad. Solo a pequeños sorbos. Instantes fugaces. Ciertamente, el camino que hemos seguido, la dirección actual de la sociedad, no es la correcta. Faltaría que cualquiera nos respondiera con sinceridad. Justo esos que enarbolan la bandera del ruido y del espectáculo.
Solo en la sencillez, en la entrega, en el silencio, en la humildad, encontramos la verdadera y única felicidad. La que tiene fuerza para colmar un corazón. El abrazo de una madre a un hijo. Ahora que llega la Navidad.