Miguel Ángel Jiménez

Comentario Dominical

Miguel Ángel Jiménez


María Inmaculada

06/12/2024

Resulta profundamente curiosa y llamativa la devoción y veneración que tenemos a la Virgen María, especialmente en nuestro país. San Juan Pablo II, al finalizar su quinto viaje apostólico a España -sería a la postre el último-, dijo: «¡Hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María!». Nos llenó de orgullo. Es que, además, en la proclamación de la Virgen María como Inmaculada, España tuvo un papel fundamental y crucial. Desde mucho antes de esa declaración de fe (8 de diciembre de 1854), ya en España los creyentes tenían la firme certeza de fe de que la Virgen María fue concebida sin pecado, la inmaculada concepción de María.

De la Virgen María decimos que es virgen y madre, que el Señor la preserva del pecado para que pueda concebir en su seno al hijo de Dios, a Jesús, al mismo Dios, el Verbo encarnado. Hombre y Dios verdadero.

Y, por lo mismo, es desconcertante, que especialmente en nuestra tierra y en nuestra época despreciemos tanto la virginidad y rechacemos la maternidad.

La Virgen María, la Inmaculada es querida por todos, pero no sé si nuestros cariños y quereres no tendrán un punto de apariencia y de falsedad. Una fe no solo superficial, sino vacía y estéril. La maternidad es el fruto consecuente de la entrega en cuerpo y alma, de la unión íntima de un hombre y una mujer. Ahí mismo se concibe también, en esa misma dinámica, la castidad y la virginidad que no es otra cosa que la consagración de toda la persona.

Sin darnos cuenta, la dirección de nuestras vidas de fe, más o menos arraigada, están alejadas aquellos que antes la han vivido, desde Jesús, pasando por la Virgen María, y siguiendo en veintiún siglos de historia.

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