Antonia Cortés

Desde mi ventana

Antonia Cortés


Otro amanecer

08/02/2024

Son las cuatro de la madrugada. No puede dormir. Es como si no quisiera perder ni un segundo de esa cuenta atrás que ya sabe que es inevitable. Lo confirman los últimos informes y los médicos; se lo dice su voz interna. Sus ojos están cansados, como su cabeza, como también lo está su corazón. Demasiado tiempo intentando ganar una apuesta trucada desde el inicio, retando a un destino empecinado en no cambiar.
Mira despacio todo lo que tiene a su alrededor. Ahora, un rincón del salón de la casa se ha convertido en su pequeña habitación: una cama, una mesita llena de medicamentos y un sillón donde ella pasa horas y horas. Para acompañarle, para que no se sienta solo, para hablar cuando quiere compartir algo, para intercambiar y respetar los silencios, para mirarle y seguir amándolo, para ahuyentar a ese miserable miedo que aprovecha la más mínima fisura para colarse… y lo hace sin contemplación ni miramientos.
En este instante, siente ese miedo que ensalza la oscuridad de la noche e intenta aplacarlo con los recuerdos, por eso mira despacio en su tan tranquila como inquieta soledad. A veces, las lágrimas se deslizan por su mejilla sin ni siquiera ser consciente de que está llorando. Es difícil decir adiós cuando se sabe que no habrá un mañana, cuando aún se quiere y se tendrían que hacer tantas cosas, cuando se ve sufrir a los tuyos, cuando no se desea emprender el viaje que todos haremos algún día. Y en medio de esa dificultad, busca su paz, el vencer a esos demonios que le irritan y le invitan a soltar la rabia, el enfado contra el mundo ante la incomprensión de lo que no se comprende. Quisiera gritar, pero las fuerzas también fallan. Entonces, respira despacio para volver a calmar el ánimo, para encontrar la serenidad.
Son las cinco de la mañana y sigue sin poder dormir. Se detiene en una fotografía. Posa con sus hijas un día de sol y mar veinte años atrás, cuando todo era azul, cuando había muchísimas cosas por construir y conseguir, cuando jamás se piensa en los capítulos crueles que la vida escribe. Una foto que le lleva a ese ayer lleno de vitalidad y juventud, a sus amigos, a sus pinceles y lápices, colores y dibujos, a sus sueños. Y vuela más allá del momento hacia otros muchos momentos en los que la palabra felicidad no se escribía, se sentía. Está sonriendo. Quizá no sea consciente porque sus labios al abrirse lo que saborean es el dulce de sus lágrimas. Ahora sí, sonríe porque es consciente de lo vivido.
Entonces su mirada se fija en esa mujer que duerme encogida en el sillón junto a su cama por agotamiento, también por necesidad. Y la ve más guapa y misteriosa que nunca y la acaricia mentalmente para no despertarla y piensa en lo maravillosa que es la vida junto a ella, hasta que no aguanta más y susurra su nombre.  Y así, cogidos de la mano, consigue cerrar sus ojos a la espera de otro amanecer.