Este domingo concluye el año litúrgico con la solemnidad de Jesucristo, rey del universo y contrasta incluso la grandiosidad del nombre con el significado que tiene y supone este domingo: Jesucristo se reconoce como el rey de los judíos; Él es un rey distinto, porque su reino no es de este mundo. Es un reino de paz, de justicia, de amor; de vida y de verdad. El reino de Dios es un reino en el que los pobres, los humildes y sencillos cobran el mayor de los protagonismos. Son los preferidos de Dios. También nosotros cuando descubrimos en ellos a Jesucristo.
¿Cómo será la mirada cuando estemos en el cielo de aquellos que han sido aquí olvidados, desahuciados, descartados? ¿Habrá reproches en la verdad de sus vidas? ¿Cómo será también nuestro dolor al descubrir la inhumanidad que hemos ejercido? Acaso tenemos unas miras muy cortas cuando solo sabemos considerar nuestras vidas desde el aquí y el ahora; desde el disfrute presente; desde los logros puramente humanos. Será una mirada dolorida. También la del mismo Cristo sobre nosotros. Una mirada, sin duda, de cariño, pero también de tristeza al no haber sabido descubrir que el reino de Dios ya estaba creciendo entre nosotros; como la levadura en la masa; como el grano de mostaza…
En este domingo descubrimos a Jesucristo como rey de rodillas sirviendo a todos, especialmente a los pecadores, a los que no hemos sabido descubrir la grandeza del corazón de Dios en los pobres y olvidados. En la mirada de Dios no habrá reproches; sí amor misericordioso.
Es Jesucristo, el rey del universo, el que está de rodillas como el que nos sirve a todos.