Aurora Gómez Campos

Aurora Gómez Campos


Desde la piel de la pandemia

20/03/2025

Nunca aprendió a montar en bicicleta. Y lo intentó. No era falta de destreza sino exceso de miedo de ese que conduce a la caída. Pero hacía unas memorables tartas de manzana. La palabra Epoc me resultó extraña. Y más aún que conectaran a mi hermana a una máquina que le ayudaba a respirar porque, según decían, «tiene los pulmones muy comprometidos». Ya habíamos aprendido a usar una mascarilla, a ducharnos al llegar de la calle, a no salir a la calle y a no ver a nadie durante días. 
Ella contaba que limpiaba con alcohol las llaves de la luz y los paquetes del supermercado. También decía que le resultaba difícil lavar a su gato con alcohol. «¡Lavas al gato con alcohol!», y me contestaba: «Sí y se queda muy relimpio y aseado, aunque algunas veces me echa flores». Quizá yo también le habría echado flores si hubiera sido el gato, pero mi hermana tenía muy mal genio de ese que dura dos minutos de huracán para evaporarse pronto sobre la olla de los espaguetis. Ella tuvo un miedo tempranero y fundado sobre el virus, a lo mejor porque estaba bien informada. Siempre le gustó leer varios periódicos y estar al día en todo: «Este virus causa una muerte muy mala. No te imaginas». Y era verdad, no imaginaba esas cosas: todavía.
La última vez que hablé con ella fue yendo al gimnasio. «¿Cómo estás?» «¡Me ahogo! No tengo fuerza. Pero se pasará pronto» «Cuídate mucho» «¡Adiós!», «Adiós». Y ya no recibí más aire suyo en forma de palabras. Y es que el mundo se quedó con bastante menos aire desde que todos ellos se fueron. Desde entonces saboreo el hecho de respirar. Me propuse llenar bien los pulmones siempre que pudiera para tener aire para mí y para ella. 
«Coge aire. Suelta aire». Día a día en el gimnasio me recordaban el placer de respirar y la consciencia de inhalar la vida para después soltarla. Tanto identifiqué a mi hermana con el aire que cada vez que hace viento imagino que es ella enfadándose. Ella cantaba alta, segura, contenta. «Para llegar a las notas altas debes coger mucho aire y apretar bien el diafragma», pero en aquellos años cada vez que cantaba no podía apretar el diafragma porque se me encogía la garganta. 
«¿Qué hago ahora sin mi amor?», me dijo llorando su esposo. No había respuestas. Solo la soledad inmensa de su hueco, su conversación, sus ojos, su jardín, sus sueños, sus libros y sus razones, ¡cuántas razones tuvo! 
Hace cuatro años que se fue mi querida hermana a causa del Covid-19 y no puedo razonar sobre razones. No entiendo de protocolos ni de seleccionar vidas. No entiendo de camas vacías mientras en los pasillos se agolpaba la asfixia. No sé si fue un virus inventado en un laboratorio por seres malignos, ni si cuando nos vacunaron nos volvieron más necios o quizás más guapos. Porque solo me importa que el aire que tenemos es el aire que les faltó. A veces, imagino a mi querida hermana paseando en una preciosa bicicleta y que, sonriéndome como ella sonreía, me saluda alegre con la mano diciéndome «¡Adiós!».
    A Mª Ángeles Gómez Campos. In memoriam.