No se trata solo de la capacidad intelectual que una persona tiene para entender la realidad, sino también la cerrazón, que puede ser fruto de nuestra historia, de la percepción de la realidad o, incluso, de la voluntad. Habrá veces que no será posible ni el diálogo ni el encuentro por una sencilla razón: con esa persona no. De ninguna manera.
Leo en X que uno de los nuevos tertulianos en cierta emisora de radio de alcance nacional comienza la temporada vejando y ridiculizando las creencias religiosas de los católicos. Bien estamos. Y alguien le responde en la misma red social que, a pesar de la libertad de expresión hay otra realidad a la que debemos atenernos y es el respeto a las creencias de unos y otros. De ninguna manera tenemos derecho a insultar a nadie. Entonces se suceden en tromba reacciones en contra de la Iglesia católica, de su actitud multisecular en la historia y de la justicia de los agravios hacia ella en esa y en otras ocasiones. Lo que para ese río desbocado no es lícito para otros colectivos sí lo es en relación a la Iglesia. Si esta se manifiesta en sus valores resulta ultraconservadora, medieval, intransigente, inhumana. No se nos da la posibilidad de expresar con libertad, ni aun como propuesta, el Evangelio.
Ahí hay una falta de lógica galopante y, de raíz, injusta. No se trata de capacidades, sí de cerrazones. Creo yo, convencido, que la postura no es el enfrentamiento sino, al contrario, la humildad, y seguir predicando una verdad que humaniza y plenifica. Cuidado, no vaya a ser verdad de lo que se nos ha acusado y de lo que se nos señala.