Han emergido del fuego acuático de la DANA convertidas en barro. Son los restos fotográficos del naufragio. Trozos de vida emborronados, retorcidos por el agua, fundidos entre sí como si se quisieran abrazar para no ahogarse, pintados con la arcilla sucia de la riada, y que ahora una abnegada punta de restauradores ya han empezado a traerlos a la superficie en sus laboratorios.
Dos universidades valencianas, en colaboración con el museo de Etnología L'Etno y un grupo internacional de conservación, lideran otro tipo de voluntarios con batas blancas, guantes y mascarillas. Llaman al proyecto Salvem les fotos y ahí se aplican como forenses en una autopsia de la memoria, como arqueólogos de la celulosa y el celuloide. De cuando nuestras fotos no eran solo humo y nube digital, sino papel, ese material tan eterno y tan perecedero, tan bello y tan perseguido por el agua y por el fuego. Casas y automóviles se sustituirán pero vidas y su equivalente que son las fotos en absoluto. Y piensa así uno cómo nos sobrevivirán tantas fotos y álbumes que hemos ido depositando como capas estratigráficas de los años vividos, qué harán con ellas nuestros herederos cuando vayamos desapareciendo, ¿acabarán acaso entre los ropavejeros de algún Rastro?...
La fotografía evita la muerte y la desaparición para siempre. Por eso son depósitos de memoria y no dejan de tener ese cierto halo —como el auténtico arte— de hacer visible lo invisible. En la cita de Víctor Hugo, «el recuerdo es la presencia de lo invisible». Nosotros partimos inexorables por la laguna Estigia, pero la belleza que vamos salvando de los naufragios cotidianos permanece, vive su eterno presente. Esos investigadores y restauradores valencianos, que se aplican como coautores de un capítulo contemporáneo del Génesis, levantan e inventan vidas nuevas a partir del barro, al reparar y recomponer reconstruyen una realidad íntima asolada por al agua desbordada que la impericia humana no acertó a encauzar, prever y avisar. No será extraño —incluso social y moralmente obligado— que las instantáneas salvadas, con todos los permisos familiares pertinentes y un criterio museístico no ideologizado, formen parte de una futura exposición que aúne lo memorial y lo científico. Lo que un día solo tenía el valor de un recuerdo tan intrascendente y cotidiano como personal, pero una trágica riada lo ha transformado en un hecho colectivo, en un acontecimiento compartido que nos atañe.
Del sufrimiento y la desesperación, del dolor y la insensatez, del tacticismo y la impertinencia como enemigos del hombre vamos, casi sin darnos cuenta, llegando a esos huecos de lucidez, rendijas de luz entre las sombras. Como estas fotos insumergibles al correr del tiempo.