Escribir, contar, acompañar. Contarse uno despacio, casi al oído de unas páginas de periódico que vuelan diariamente, aunque la web convertida en hemeroteca digital las convierta en papel diferido. Resma y rimero de palabras, desnudas, contingentes, a flor de subjetividad siempre. Palabras como las que un día me traía Adrián de Chile, impresas en un imán con formato de marcapáginas y que, de pronto, han aparecido por la mesa y han saltado, tan libres en su lirismo leve, hasta la columna en espera.
Fragmentos, como pecios náufragos, de la Oda a las cosas, de Pablo Neruda. Tantos poemas de amor y tantas odas. "Amo las cosas loca, / locamente. / Me gustan las tenazas, / las tijeras, / adoro / las tazas, / las argollas, / las soperas, / sin hablar, / por supuesto, / del sombrero." [Perdonen las profusión de barras, es respeto a la versificación original]. Pocas veces como esta se habrá escrito una declaración de amor a las cosas más insignificantes. Dedal, espuelas, platos, floreros, pipas de fumador, llaves y saleros. Las curvas del zapato, el tejido, los anteojos, los clavos, las escobas, los relojes, las brújulas, las monedas, la suave suavidad de las sillas… Descendía el poeta de las cumbres americanas del Canto General y aquel coleccionista de caracolas que todavía no había ganado el Nobel se convertía por momentos en cantor de ese microuniverso ignorado, prosaico y vulgar que nos rodea, ¿trapero de cosas?
Leo que las odas nacieron, qué cosas, como una colaboración semanal que le ofreció el diario El Nacional de Caracas, y que Neruda exigió no en el suplemento literario sino en las páginas normales. Una especie de inventario del mundo, a veces celebratorio y culto, y muchas otras invisible y casi impersonal, de la inocencia y la naturalidad. Tres libros de odas escribirá entre 1952 y 1957, pero estos versos a las cosas escapan, junto a un puñado último, hasta el libro Navegaciones y regresos (1957-1959). La huella de lo humano atrapa su mirada, que es la nuestra, tantos pequeños tesoros olvidados: botones, ruedas, abanicos, las copas y los cuchillos porque tienen la huella de una mano remota. Toca él, tocamos, tantas cosas que guardamos para que esas cosas no se olviden algún día de nosotros. Cosas inanimadas cuya vida solo se la dimos nosotros, sin otro valor que acompañarnos y relatar nuestras pequeñas o grandes vidas, que "fueron para mí tan existentes", dice el poeta, "que vivieron conmigo media vida / y morirán conmigo media muerte". Palabras/cosas del oceánico y contradictorio genio chileno.
¿Se irá el poético marcapáginas con sus imanes viajeros o aspirará a la solidez imaginaria de lo real? ¿Pasará a formar parte del caudal irrevocable de las cosas que no tienen precio porque solo tienen el valor de la vida?
Hoy, simplemente, pasó a formar parte de la sencilla escritura del tiempo.