La simplicidad es la clave de la verdadera elegancia», dijo Coco Chanel. ¿Qué diría Coco Chanel al ver la decoración del despacho oval de la Casa Blanca? Ya dijimos que esa casa es blanca por costumbre y que mucho nos tememos que acabará pintada como la piel de un tigre. A la chimenea le han crecido unas estatuas de oro alineadas tal y como se alinean los trofeos de fútbol en la sede de una peña deportiva. «Dorados como mi pelo» parece que se ha dicho a sí mismo el inquilino de la Casa Blanca (blanca, por ahora).
Donald llamó a los albañiles para remodelar su despacho, conservando buen recuerdo de la cuadrilla de operarios ya que afirmó: «Querían hacerme feliz». La autorreferencia que padece el presidente es patológica: siente que cualquier acontecimiento, palabra o silencio se refiere a él. Tanto es así que cree que gran número de mandatarios mundiales arden en deseos de depositar un ósculo en su reverendísimo trasero. Si Donald conociera el fenómeno de las romerías españolas se compararía con la Virgen del Rocío saltando la reja desesperada para verlo a Él. La remodelación del despacho oval y aledaños ha costado 1,75 millones de dólares, lo que sitúa en una bagatela aquel cambio de colchón de Pedro Sánchez. Y ya en suelo patrio, se cuentan que cuando Ana Botella llegó a Moncloa decoró el lugar con mantones, tapices de la Real Fábrica, sedas adamascadas y muebles de inspiración barroca, todo lo cual fue inmediatamente retirado cuando se asomó a la puerta José Luis Rodríguez Zapatero. A propósito de tapices y demás textiles, Donald Trump ha incrementado el número, altura y vuelo de los cortinajes insistiendo en los tonos dorados. Cuadros, fotografías, pisapapeles de oro con su nombre, y mucha gente admirándolo a Él.
Águilas doradas, querubines en los quicios de las puertas de tal manera que si, según se dice, Donald Trump pretendía componerse un despacho propio de un rey como Luis XIV, tan solo ha conseguido un comedor al que le crecerá silvestre un mueble bar para que las estatuas que afloran como setas tengan acomodo. El escritor romano Suetonio en su texto Vida de los doce césares cuenta que Calígula construyó una caballeriza de mármol y un pesebre de marfil para su caballo Incitatus. El afortunado equino llevaba collares de piedras preciosas y no se sabe con certeza si fue nombrado cónsul. Y nos es fácil imaginar que un buen día amanezca la Casa Blanca con unos cuantos caballos esperando en la puerta; que con el paso de los días se corra el rumor entre la cabaña caballar y Trump se encuentre de repente con cientos de caballos esperando mansos a que uno de ellos sea llamado Incitatus. Incluso puede que esos caballos sueñen con ser nombrados senadores de los Estados Unidos de América. Sabido es que hay muy poca distancia entre el despropósito y el surrealismo. Es imposible que en algún lugar de la Casa Blanca se encuentre el espíritu del escritor romano Suetonio con la pluma preparada para añadir otro césar a su libro, pero no cuánto le hubiera gustado este material para su novela.