Alrededor de cinco millones de mujeres españolas han sufrido en algún momento de sus vidas violencia física o sexual», decía Íñigo Errejón con las cejas cargadas de razón. Y es que, al parecer, él podía dar buena cuenta de ello. Hoy no me quejaré de la violencia machista, no me quejaré del 'terraplanismo' de género ni de ese repulsivo negacionismo sobre la violencia de género que ejercen también algunas mujeres. No intentaré convencer de que el machismo es tan visible como la ciudad de Vigo en Navidad, sabiendo que el interlocutor me diría, tapándose los ojos, que el machismo no existe. Así que hoy me quejaré de la incoherencia.
Si una ve arribar por el horizonte a Donald no puede esperar algo distinto a que el sujeto la trate a una como a una yegua. A Donald Trump y a seres similares no se les puede hablar de tener respeto hacia la mitad de la humanidad, o sea, a las mujeres, simplemente porque han manifestado alto y claro que nunca observarán respeto hacia una mujer.
Por ello, no hablaría de nada con Donald Trump y me limitaría a observarlo como espécimen digno de estudio. Ver maniobrar a su ego tan grande como el océano Atlántico sería un privilegio para quienes ejercemos como deporte la observación de lo estrambótico. Le respondería solo si él me dirigiera la palabra, hecho improbable porque los hombres de verdad como Trump no se dirigen a una mujer salvo para negociar repulsivos precios y para algo más relativo a servidumbres variadas. Me mantendría en silencio y, seguramente, él no me vería dada la cómoda condición de invisibilidad que adquirí tiempo ha. En definitiva, no esperaría de este sujeto algo distinto a lo que él mismo dice que hace. Puede ser políticamente incorrecto afirmar que Donal Trump es coherente, pero es que lo es, tanto como un hipopótamo disfrutando en su charca.
Si encontrarme con Donald Trump es imposible, más imposible aún sería coincidir con Íñigo Errejón, desde ahora, Íñigo El Doble. Y ello es así porque esta pesada adultez que llevo sobre las cervicales me avisaría de que, en el fondo, Íñigo, tan progresista, tan feminista y tan comprensivo, obraría exactamente igual que Donald Trump (y no resto ni una coma) respecto a una mujer. Íñigo el Doble, podrá ser condenado o no por agresión sexual, pero lo que sí ha quedado patente es su imperdonable incoherencia y le ha sobrado profesionalizar la estafa personal y política.
A Íñigo Dobleces le ha faltado honradez porque ha vociferado en vano el nombre de las víctimas de violencia de género para obtener beneficios políticos. El Sr. Doble ha estafado a su electorado exhibiendo un progresismo de cartón piedra, y eso, huele desde lejos. El progresismo tiene que abrir ventanas y dar vuelta a los colchones, porque resulta ridículo ver a un hombre filosofando mientras piensa en tu entrepierna. Una los observa y piensa que parecen Donald Trump con pañuelo palestino.