Si la verdadera fotografía de reportaje es siempre querer ver más de lo aparente, el trabajo del ciudarrealeño Manuel Ruiz Toribio es una demostración de querer ver más allá de las sombras y contraluces que caracterizan su obra de estos años. El último libro, Raia. La no frontera, es todo un recorrido moral a lo largo de los 1234 km de la frontera real/imaginaria con Portugal.
Es un misterio cómo consigue arrancar luz de esas sombras. Arañar en las umbrías poéticas de la realidad y dejar el rastro de una respiración entre la melancolía y la saudade, como filtrada a su vez por Pessoa. Lento itinerario sin rumbo que va dibujando una línea sentimental e intermitente, borrosa entre meandros apenas fronterizos. Desde el puente de Chaves, atravesado por una sombra/persona que parece metáfora del libro mismo, hasta una foto final de abstracta belleza en Villarino de los Aires a modo de imagen micénica, no esperen un periplo turístico, narrativo ni cronológico. Él nos convoca a un trayecto ordenadamente caótico y anárquico, transfronterizo, provocador, huidizo, emborronado de grisalla y de una coloración irreal, híbrida.
Las fotos de MRT están habitadas de soledad y silencio. Su relato es el de otras vidas y otra época. Escenas, personas, objetos flotan sin nombre ni lugar: son de todos los lugares. Su latitud y lentitud me llevan al mismo estado febril de ciertas películas de Alain Tanner (En la ciudad blanca, aunque aquí es Lisboa). De Galicia a la desembocadura de nuestro incierto Guadiana, la Raia es un trazo húmedo y soñoliento, de otro tiempo, a veces irónico, donde cabe la broma visual (piedra fálica de Rabanales) o la alusión a un futuro desaparecido. Sus personajes reales parecen esculturas, mientras que, por el contrario, las piezas inanimadas tienen vida. De mirar tan hondo ocurre que la escena se descontextualiza y nos inquieta, son mundos que desaparecen o señales de carreteras oxidadas, a modo de arqueología de frontera, que el fotógrafo documenta y fija para siempre en nuestro imaginario colectivo.
¿Fotos que anoto? Una increíble cara de piedra y musgo (Rubiás). La solitaria calle de Chaves iluminada como un escenario teatral. Un extraño juego de luz y vuelo, en Xinzo de Limia. Dos huecos de puertas juntas, como nuestros países. Dos grandes telas blancas colgadas a la luz de la noche, en Hermisende. O un escaparate de Verín con el Cigarrón, personaje del célebre Carnaval orensano.
Confirma una vez más MRT un estilo y lenguaje inconfundibles, heredero del mejor reporterismo de autor y con plena libertad. Sin otras mediaciones que su introspección en los temas y preocupaciones que más le interesan. Como pieza editorial, la maqueta de Jaime Narváez aporta a su vez un concepto muy libre de blancos y secuencias, acompañando así la misma singladura.
Al fin, esa Raia/Raya convertida en personaje propio. Un costurón de la historia. Una especie de zigzag con que nos ha regateado el tiempo que nunca muere.