Volver a la página, a su luminosidad, sí. Pero nunca regresamos del sol. Estamos en el sol que nutre y quema, que huye y fluye como antorcha permanente. Joan Miró pintó en 1983 el cartel máximo de España: sol.
«¿Qué sería de este corral nublado? ¿Qué seríamos los españoles? Acaso más tristes y menos coléricos… Quizá un poco más tontos…», se pregunta Max Estrella en Luces de Bohemia, el retrato esperpéntico y lúcido de Valle, el espejo que puso frente a nuestra condición trágica y sistemáticamente deformada.
El sol es una industria, una religión y una condena. La fotografía única del mismo verano o la eterna canción del estío. La contrapoética de lo sombrío. El sol como reclamo publicitario contra las nubes atlánticas, vitamina D para pasar temporadas arboladas y lluvia que apenas si moja estos llanos míticos.
Vitaminados así de sol y mosquitos. El mito del sol que borra y decolora, pero nutre y vivifica. No sabe uno si podría vivir sin el astro solar, pero cómo buscamos la sombra y el fresco, el amparo elegante del sombrero Panamá, el resguardo incruento de la visera y proteger el cráneo. ¿Llegará algún momento en que las geografías entrecrucen sus posiciones, como esos turistas que intercambian los domicilios para creer que viajan a mejor precio? Pronto se producirá el fenómeno total de que las ciudades acotarán zonas para la explotación del negocio exclusivo de los pisos turísticos, moneda de pago a este sol convertido en origen de una plaga nada 'sostenible', según la terminología al uso.
«Tío Pepe, sol de Andalucía embotellado» reclama la publicidad de la conocida bodega jerezana. Si lo hemos conseguido encerrar en una botella, qué no podremos hacer con el dios Ra del antiguo Egipto. «El sol a un clic» publicita una multinacional de la energía. Con 'soles' gastronómicos premia otra del mismo gremio. ¿Estaremos al sol que más calienta o trabajaremos de sol a sol? ¿Evitaremos pasar años a la sombra o buscaremos el musgo verde y lírico de las umbrías? Acaso nunca viajaremos al país del sol naciente, pero nos emocionará siempre el sol que muere lento desde las playas de Conil o desde la romántica torre en ruinas de San Sadurniño en Cambados.
Uno huía del torrefactado botellódromo local de la Pandorga, de sus 43 caliginosos grados a la sombra, para encontrar los capicúas y húmedos 34 bajo el mismo implacable sol. Lo llevamos puesto, de serie.
Después de su veraneo coruñés, escribía el irónico articulista Julio Camba, nacido como el citado Valle, en Vilanova de Arousa, y al que nunca dejo de leer: «Si lo que quieren es frío, ¿por qué buscan el calor de Málaga cuando acaba el otoño? Y, si por el contrario, aman el calor, ¿a qué se van a la estación del Norte en busca del frío?». Vidas y climas polarizados. Ruedo ibérico valleinclanesco de sol y sombra, de luz y/o tinieblas. Tiránico y bendito sol, barato y proletario.