Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


Dime que lo hice bien

19/02/2025

El psicólogo estadounidense B.F. Skinner, muy conocido por su teoría conductista, estableció que el refuerzo positivo es aquello que permite reforzar ciertos patrones de comportamiento, es decir, practicarlo llevará a que la persona que lo reciba a que repita, con facilidad, la conducta deseada.
Hay diferentes tipos de este refuerzo y puede ejercerse a través de alabanzas, gestos cariñosos que impliquen lenguaje verbal o no verbal o pequeños premios. 
Esta técnica suele emplearse entre padres y niños pequeños para inculcarles determinados hábitos, en la escuela o en entornos de terapia.
Aparte de emplearlo en estas etapas de la vida, no deberíamos olvidar practicarlo, no solo en el entorno familiar o con el alumnado, sino también con la gente de nuestro alrededor.
Los seres humanos somos sociales y necesitamos sentirnos, no solo queridos, sino también apoyados en las tareas que hacemos. 
He escuchado a adolescentes contarme cómo echan de menos que, en sus entornos familiares, no les feliciten cuando aprueban o sacan buenas notas y se limiten a comentarles que es su deber y su obligación hacerlo.
Está claro que no es fácil tratar con ellos en determinados momentos. Hay muchos factores, aparte de su lógica revolución hormonal, que les llevan a desafiar a la autoridad y a querer rebelarse contra todo y contra todos. El estallido de Internet y las redes sociales ha sido un factor añadido para alterar aún más esta época, ya de por sí complicada. Sin duda alguna, las nuevas tecnologías les ayudan, como a todos, en innumerables tareas, pero también han venido para causarles confusión y dudas en numerosos ámbitos como el físico o el emocional.
No obstante, todo eso no quita para que estemos atentos no solo a todo aquello en lo que se equivocan, sino también a lo que hacen bien o y a los esfuerzos que realizan para lograrlo. No hay que olvidar que muchos adolescentes, fuera de casa y de los centros educativos, se ponen la careta de 'súper guays' y de personas duras y fuertes, pero después se la quitan. Detrás de esa máscara hay personitas que también tienen un corazón y, aunque no lo parezca, también necesitan una palmadita en el hombro, un «felicidades, ¿ves qué bien lo has hecho?», o un «¿Te das cuenta de cómo eras capaz de hacerlo aunque no te lo creías?».
No es fácil educar y hay que buscar el equilibrio entre el regaño y la motivación, pero no podemos quedarnos solo en la exigencia, puesto que así tampoco fomentaríamos la autoestima de estas personas que se están formando.
El magnífico cirujano y divulgador Mario Alonso Puig habla del valor transformador de las palabras, capaz hasta de conseguir que los enfermos mejoren de sus dolencias.
Poco nos cuesta reconocer lo bueno, no solo en los niños y adolescentes, sino también en la gente de nuestro alrededor. El resultado de unas palabras amables puede ser verdaderamente asombroso.

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