Es muy fácil cargar contra las redes sociales como si fueran la raíz de muchos males o el único manantial de lo que hoy se llama postureo, lo que siempre han sido las apariencias. Más a fondo. Siempre se ha vivido de apariencias, de construir existencias para conseguir fines inmediatos sin importar la verdad. Ese siempre nos indica aquello que está bien anclado en el ser humano:.el pecado nos impide, a pesar de que no lo pueda parecer, ser nosotros mismos y nos aleja de lo que somos, de nuestra realidad más profunda. Por eso, el pecado vive de las apariencias, de mostrar como bello aquello que no lo es.
En nuestra época, en este momento histórico maravilloso que nos ha tocado vivir, la Iglesia, Dios mismo, parecen no contar. ¿Habrá que por eso pensar que el corazón del hombre no escucha? ¿Qué no está preparado para Dios? Dice Benedicto XVI: «Nos hemos de liberar de la falsa idea de que la fe ya no tiene nada que decir a los hombres de hoy». Es esa una gran tentación y pecado: la implosión que la misma Iglesia está viviendo. Tampoco Jesús fue bien recibido en su tierra, entre sus parientes y amigos. Sin embargo, Él, en nombre de Dios Padre, siguió amando, siguió buscando la fe; realizando desde ella, la fe, milagros, signos de la presencia de Dios en el mundo.
Debemos, como Iglesia y como creyentes, ir más allá de la apariencia para entrar en el corazón del hombre que se pregunta, que necesita de Dios y de esperanza. La Iglesia no es un fin en sí mismo sino como instrumento de salvación para llevar a todos los hombres a Dios de maneras diversas.