Uno de los libros de ensayo del pasado año es La palabra ambigua. Los intelectuales en España (1889-2019) (Taurus), de David Jiménez Torres. Precisamente en un tiempo de crisis institucional y política en España, con la palabra polarización como favorita, cuando el concepto o la denominación de 'intelectual' es casi algo peyorativo, sinónimo de elitismo o autosuficiencia, con buena parte de la ciudadanía medio anestesiada, el autor trazaba un clarificador recorrido por su historia. Escritores, articulistas, filósofos, humanistas que desde la letra, el compromiso, el pensamiento, han desbrozado su presente, iluminando aquellos aspectos críticos de nuestra realidad, pese a sus contradicciones y ambigüedades.
Desde finales del XIX el intelectual representó la conciencia, el análisis libre, el trazo que marcaba pautas sociales. Hoy ese papel, y no solo en España, está como más difuminado, emborronando por la inmediata e injusta adscripción del etiquetaje ideológico, cuando no totalmente ausente: refugiados en sus cátedras y academicismos, en sus canonjías diversas, en sus neutralidades cómodas, en la asepsia de sus libros. «Lo único que no es peligroso es no pensar. Y no volar», escribía Pepe Bergamín, un decepcionado con la clase intelectual de la II República.
Del famoso Yo acuso del francés Zola en el caso Dreyfus, a los implacables artículos actuales, por ejemplo, del exministro de Cultura César Antonio Molina (contra el sanchismo que juguetea con la Constitución, la burla a la Justicia y el separatismo), la llamada intelectualidad ha venido sorteando su función en relación con el poder y las etapas más difíciles de nuestra historia: el 98, de la Restauración a la República, la guerra civil y el franquismo, la Transición, el procés. Ortega y Gasset, que muere en 1955 y uno de los prototipos de intelectual español, decía que la verdadera arma de influencia social, más que la cátedra o el libro, eran los periódicos; Martín-Santos en su avanzada y compleja novela Tiempo de silencio (1962) hacía una parodia del poliédrico filósofo y seguramente, de paso, de los intelectuales.
Cierto que no quedan muy bien parados algunos nombres en la obra de David Jiménez, como tampoco, en relación a la crisis catalana, los que recoge Daniel Gascón, a la sazón director de la revista cultural Letras libres, en el libro El golpe posmoderno (Debate, 2018), de plenísima actualidad. Y si hay otro ensayo al pelo de la cuestión es el excesivo, en todos los sentidos, 800 páginas, pero muy recomendable, El cura y los mandarines. Cultura y política en España, 1962-1996 (Akal, 2014), de Gregorio Morán, contratado por Planeta pero censurado por once páginas que su autor no quiso eliminar; una vitriólica radiografía que debería tener cronológica continuación. Bendita independencia.