Si toda la situación política generada por la pactada ley de amnistía va contra todo sentido común y razonabilidad política, si su tramitación va contra la igualdad fundamental entre todos los españoles, si la mentira se quiere convertir en verdad, enmascarándose con la justificación mesiánica de querer salvar la paz amenazada por el independentismo radicalizado, tendiendo puentes con ellos. Si lo que era proclamado como un «no a la amnistía» se ha vuelto un sí en pro de los intereses propios. Esta decisión política es contraria a todo sentido político comunitario, pues la parte se convierte en excluyente de la mayoría. Paradoja que para querer construir un puente con una minoría se quiera construir un «muro» con la mayoría ¡Increíble! Actitud que nos sitúa ante tamaña incoherencia, por no decir mentira, que resulta ser una palabra fuerte y hasta grosera, porque resulta molesta para quienes pretenden dominar el discurso público e imponer su relato. Cuando la verdad denuncia la mentira, el poder quiere aniquilar la verdad; la historia se repite.
Y ahora, analicemos: ¿por qué hemos llegado hasta aquí? En el momento de nuestra penúltima convocatoria electoral, cuando el presidente del gobierno estaba en su mayor debacle electoral por las elecciones autonómicas, ¿por qué pudo remontar su fondo electoral más bajo de los últimos tiempos? Un argumento que se barajó para la remontada fue el saber inocular el miedo y/u odio de que en caso de que ganara la derecha y la ultraderecha vendría el retroceso a España, sobre todo en lo que a derechos ideológicos de última generación se refería; habría una radicalización contraria a la tendencia progresista. Curioso: como trasfondo, el miedo o el odio, el componente emocional de la conducta. Se había inoculado miedo y rechazo a una corriente conservadora y, sin embargo, no se era consciente que el mayor radicalismo estaba aún por llegar, y en nombre del progresismo, contradictoriamente. Mediante este análisis, vemos que las masas han sido movidas en realidad por el miedo o el odio, es decir, la emoción y lo antirracional. Sin embargo, las consecuencias han sido mucho peores: ¿cómo entender todo esto?
Por todo ello, pienso que no es únicamente momento de poner el acento en la culpabilidad del gobierno, sin que le reste un ápice de responsabilidad a este retroceso democrático, pues no hay nadie más sordo que el que no quiere escuchar, sino que es momento de autoexaminar nuestras decisiones como ciudadanos, supuestamente responsables a la altura del momento histórico, con una democracia consolidada con más de cuarenta años de trayectoria democrática a nuestras espaldas. Hemos de saber reflexionar para clarificar el motivo de nuestras decisiones democráticas y sus consecuencias, pues más allá de que nuestras decisiones puedan estar dirigidas por todo el aparato de poder político y mediático, estamos a tiempo de revertir la situación y de mejorar la vida política y social de nuestro país. Momento de entonar el mea culpa y comenzar a revertir la situación actual.
¿Cómo? Si el gobierno ha sembrado división y quiere generar exclusión levantando muros entre los de un posicionamiento político contra los otros, creo que es momento de poner en juego nuestra 'sabiduría' e inteligencia política teórica y práctica como ciudadanía: es momento de decir sí, sí a España, sí a nuestra identidad como país, sí a todo lo que tenemos en común, tanto en el pasado como el presente y de cara al futuro. Si nos quieren decir no a todos los que no aprobamos su decisión política, hemos de decir sí, porque queremos afirmar y defender una unidad supra-política que es la sociedad española. Si el Estado es debilitado, en manos de sus agentes más directos y responsables, como son parte de los representantes políticos, la sociedad hemos de reforzar lo que nos une. Hemos de tener una inteligencia superior a la maquiavélica para saber construir en medio de una situación destructiva, lazos de unión y comunidad política. Que el interés propio de unos pocos no destruya la grandeza de la identidad común, siempre mayor.
Hemos de decir sí a la convivencia pacífica, a la acogida de la razonable pluralidad española, porque precisamente no estamos radicalizados ni hemos sucumbido a la ambición del poder. Sabemos que el poder cuanto más repartido, mejor, y reconocemos que la imparcialidad del poder judicial es garantía de los derechos de todos. Hemos de manifestar serenamente nuestras convicciones democráticas, aun cuando la falsedad gane victorias cortoplacistas. Somos más por el número de ciudadanos y por la calidad de nuestras convicciones, que prevalecerán.