Que es el centenario de Nieva nos lo ha tenido que advertir la Facultad de Letras y el Museo del Teatro de Almagro, con las tres jornadas 'Plástica teatral: el legado de Francisco Nieva (1924-2016)' que están organizando. Porque parece que nadie se acordaba, ni se acuerda de, como dijo Umbral, «este finísimo manchego de La Mancha cruda y ruda», uno de los grandes del teatro total del siglo XX en España.
Y me pregunto, de entrada, al aire otoñal, cómo ni el Ministerio de Cultura ni la Junta de Castilla-La Mancha han pensado en la más que obligada exposición conmemorativa. Con el material disponible de pinturas y diseños escenográficos, figurines y maquetas, manuscritos y publicaciones, fotografías y referencias críticas, audiovisuales y hemerográficas, el resultado, amén de desbordante, habría puesto al día la vigencia de su obra. No en vano el museo almagreño, según explicaba su directora Beatriz Patiño, cuenta hoy con 347 obras originales firmadas.
Barroco y romántico, vanguardista y de un surrealismo con veta popular, el Nieva pintor joven llegó pronto al Postismo. Como llegaría luego al París de Bataille y Artaud, y al teatro del absurdo, en un exilio puramente artístico, y a Venecia después. Su teatro fue la transgresión de lo grotesco, la estética del esperpento convertida en lenguaje poético, «un lenguaje extrañado de la norma», en palabras de Jesús Barrajón, buen estudioso de su obra, así como la religión, la moral, el erotismo, la ironía, y al fondo España como compromiso de libertad. Hasta 1971 ese teatro no ve la publicación ni el escenario —como Valle, el difícil paso del texto a la realidad de un público convencional—. Produjo incluso sus propios espectáculos. Aunque en los primeros años de la democracia estrena con éxito. Durante los ensayos de La señora Tártara (1980), en el Marquina, entrevisto para el efímero semanario El Manchego a un autor muy conversador y asequible, que defiende un teatro nada elitista, en cuya obra hay mucho del lenguaje manchego, aunque en Valdepeñas, su pueblo, me decía, no conocían todavía ninguna. Eso ocurrirá en 1983, cuando el Ayuntamiento lo nombra Hijo Predilecto, le expone y estrena Danzón de exequias. El año anterior había montado en el María Guerrero (CDN) Coronada y el toro, escrita en 1973 y una de sus más logradas piezas, aunque el mayor triunfo de público fue con la espectacular versión de la cervantina Los baños de Argel (1979), de inolvidable recuerdo. Como lo es haberle invitado en 1990, en los encuentros poéticos de Almagro, con enorme expectación, a la lectura de textos inéditos. Ya el año anterior el Museo del Teatro, con Andrés Peláez al frente, había expuesto su obra, y en 1991, la Junta le edita en dos tomos su Teatro Completo, con dirección de Jesús Martín.
Hoy tengo la sensación de que el teatro de un creador que huyó de adscripciones políticas y se expresó siempre libre, nada ideologizado, atraviesa cierto olvido, aunque el pasado año regresaba Coronada… en Madrid y hace unos meses Mérida revivió La Paz, de Aristófanes, ambas dirigidas por Rakel Camacho, que participa mañana en este ciclo universitario. ¿Vuelve Nieva?