Ramón Horcajada

Eudaimonía

Ramón Horcajada


Carta a mis hijos (II)

27/09/2024

Hoy quiero hablaros de Stanislav Petrov, del cual seguro que jamás habéis oído hablar y al que le debéis más de lo que os creéis. El 25 de septiembre de 1983, este teniente coronel de la URSS se dirigió a su centro de trabajo, un sitio secreto a noventa kilómetros de Moscú, la estación Oko. Era ingeniero y tenía a su cargo el sistema de alerta temprana nuclear. En las primeras horas del día 26, las sirenas resonaron en su oficina informando de que un misil nuclear había sido disparado desde una base militar en Montana, EEUU. Petrov guardó la calma, sabiendo que unos días antes los soviéticos habían derribado por error un avión con 269 pasajeros creyendo que era un ataque militar. Poco después, la sirena volvió a sonar anunciando el disparo de otros cinco misiles. En media hora darían en el blanco.
Tal y como afirma Juan Villoro en su ensayo No soy un robot, Petrov disponía de tres fuentes de información: el ordenador, las imágenes que llegaban de la estratosfera y los radares. Estos eran los más fiables, pero también más lentos. Las otras dos fuentes de información brindaban datos contradictorios: las imágenes no ofrecían datos, pero el ordenador anunciaba un ataque. La tercera guerra mundial dependía de su decisión. Por los cálculos realizados, morirían 750 millones de personas y 340 serían heridas de gravedad. Pero ante la mirada expectante de sus subordinados, Stanislav dijo: «Falsa alarma».
El mundo dormía mientras el teniente coronel esperaba la confirmación del radar. Su diagnóstico resultó certero. Cielo despejado. Nuestro amigo evitó así una guerra nuclear, pero fue castigado por indisciplina ya que la línea de mando exigía que informara a sus superiores de una eventualidad de esa naturaleza. El gobierno soviético, además, silenció el asunto para no revelar una falla decisiva en su tecnología ya que el ordenador confundió reflejos solares con misiles. 
Destituido, viudo, se refugió en el alcohol, cayó en la pobreza y tuvo que cultivar patatas para comer. Cuando cayó la URSS fue solicitado por EEUU, allí acudió y recibió un homenaje en las Naciones Unidas, pero no sintiéndose cómodo rehuyó la fama. Murió en la soledad más absoluta en 2017.
Este hombre sencillo, durante media hora, tuvo en sus manos el destino de la humanidad. Con información confusa, acertó en no dar la señal de alarma. ¿Qué motivó su decisión?
Aquí viene lo importante. Una de las mayores limitaciones que tenemos las personas para establecer juicios sobre la realidad proviene de que analizamos dicha realidad bajo una perspectiva excluyente, condicionada por deformaciones profesionales. Los analistas que estudiaron el caso Petrov destacan la importancia de que, además de militar, fuera ingeniero. La disciplina militar no lo dominaba por completo. Esta perspectiva, aplicada de forma excluyente, habría provocado el final de la humanidad, pero el mundo tuvo suerte de que esa noche estuviera de guardia alguien con formación civil, un ingeniero que respondiera más a la lógica que a la autoridad. Petrov actuó por intuición, pero su espontaneidad era la de alguien acostumbrado a hacer cálculos racionales. En una entrevista en 2010 confesó que no pensó en su familia ni en las consecuencias inmediatas de una guerra nuclear, sino en algo tan sencillo como en cucharadas de té. Fijaos en su razonamiento: «Nadie vacía una jarra de té a cucharadas». Si EEUU lanzara un ataque nuclear dispararía mil cohetes, no seis. 
Mil mensajes se podrían sacar de esta historia, y gente más inteligente que yo os enseñaría mucho más. Preocupado por las conversaciones que rondan en casa últimamente con las decisiones que tenéis que tomar de cara al futuro, sólo os pido que no apliquéis visiones excluyentes en vuestras vidas. La vida no va en línea recta, está repleta de curvas, pero todo cuanto sucede en ella forma una unidad. La vida se desarrolla en diversos ámbitos, el laboral, el social, el afectivo, el familiar, y cuanto decidáis hacer va a afectar a todos esos ámbitos. No tengáis visiones excluyentes e integrad armónicamente todos esos ámbitos cuando decidáis algo. No hipotequéis vuestra vida afectiva o familiar por la laboral; no renunciéis a una vida plena laboral por miedos o comodidades. La belleza y el sentido de vuestras vidas, si existe, es algo que se conquista, no se tiene de por sí. Y en la coherencia y la sensatez de vuestras decisiones os lo vais a jugar todo. En el tiempo de tomar un café se arruina una vida. Recordad las cucharadas de Petrov. Pensad en las consecuencias de todo lo que hagáis asegurándoos de que cuando pasen los años y miréis para atrás no os reprochéis una vida errada. Errores cometeréis, como todos, y esos errores os harán madurar, pero que nunca os veáis huyendo de vuestras vidas porque no las soportáis (vimos a muchas personas huyendo este verano, ¿os acordáis?, lo que pasa es que iban con maletas y en chanclas sin ser ni conscientes de su huida).