Registra hoy este cronista la burda exageración cuantitativa en que vivimos. Todo son cifras, cantidades, porcentajes, récords, medias estadísticas. La vida transcurre, agitada siempre, entre el rebosamiento y el vacío, en una especie de frenesí aritmético por contarnos, medirnos, por llegar antes y por sumarnos como sea, aunque al final lleguemos al «sumatorio cero». Lo numérico como acontecimiento y última razón de ser.
Miren, por caso, las recientes cifras del turismo nacional. Récord de visitas internacionales: más de 85 millones en 2023, dos millones más que antes de la pandemia, y 108.662 millones de euros que nos dejaron, el Museo del Prado 33,51% más entradas que en 2022, y triunfan el Guggenheim bilbaíno y el Picasso malagueño. Avistamos resignadas colas enormes en las taquillas del Palacio Real y hasta en el palacete Cerralbo esta Navidad. Una masificación que necesitará pronto el coger número como en la pescadería para fotografiar la puesta de sol en la Alhambra desde el mirador de San Nicolás. Trotan las maletas rodantes por los cascos históricos en un tableteo constante, y leo que el sevillano barrio de Santa Cruz tiene 190 viviendas turísticas por cada cien residentes. No he querido volver una vez más por Zahara de los Atunes, antes tranquilo pueblo de pescadores convertido en una inundación de terrazas, al pie mismo de los aerogeneradores que buscan los vientos del Estrecho.
El mundo se ha echado —nos hemos echado— al mundo. A los aviones y a todo lo que se mueva: hay turismo espacial para ricos. A los caminos de peregrinación y al Everest en fila de a uno, a la explosión de una gastronomía disfrutona, a los selfis más insólitos, al ensordecedor ruido de los lugares que compartimos gustosos, al 'mal de Stendhal', al crucerismo invasivo, al urbanismo costero irrecuperable, a los grupos guiados y a las audioguías apresuradas… Y donde vienen muy pocos hay que atraerlos como sea, al punto que los lemas publicitarios del entorno viajan desde la hipérbole de cuento hasta la semántica más insólita. Decía Luis Landero, entrevistado por su nueva novela, que «todo conspira hoy contra la lentitud, contra la soledad y contra la concentración». Busquen, como si fueran zahorís de ese agua que no llega —y que tanto necesita por cierto esta sobreexplotación turistizante—, otros lugares soleados, otras rinconadas últimas, otras sacristías barrocas, otros museos semiocultos junto al agobio; algunos, muy pocos, quedan por ahí, pero no lo cuenten demasiado ni lo postulen en redes sociales.
Nuestra siguiente etapa, apuntan los expertos del sector, es superar a Francia en el liderazgo mundial, y si es con los «imbatibles» tomates, pues eso.