Me parece una pregunta radical para nuestros días cuando buena parte de la sociedad ha aprendido a vivir sin referencia alguna a lo transcendente. No hace falta irse a los extremos, ni a raves de fin de año. Con que miremos cualquier fin de semana, ya descubrimos que no levantamos el vuelo de aquello que pueda ser más inmediato. Todo es presente. Todo es vivir. Aquí y ahora. Incluso para aquellos que buscan un fin de semana tranquilo, pongamos, en Sevilla. No se trata de los extremos, sino de lo cotidiano. Las técnicas de meditación y relajación, tan de actualidad, no quieren encontrar a alguien distinto a nosotros, sino un estado de paz que, en realidad, revela el vacío existencial permanente. Pero eso si hablamos de un dios, con minúscula, que, en realidad, sirve para llenar pozos de sinsentido. Ahogar voces.
También se puede vivir en la Iglesia católica -no quiero mencionar otras-, diciendo creer en el Dios cristiano, en Jesucristo, pero no necesitar de Él. Declarar nuestro corazón desierto de dueño.
Jesús llama a los primeros discípulos a estar con él, a compartir su vida, a escuchar sus palabras. Eso los convierte en seguidores suyos. Primero les pregunta: «¿Qué buscáis?». A su respuesta, Jesús sigue con la invitación: «Venid y veréis». Es compartir tu vida con alguien, ir y ver. Es un compromiso. Eso es ser cristiano: estar con el Señor, seguir sus pasos. Reproducir en nuestra vida su imagen. Es un encuentro profundo de amistad. Eso nos llena de gozo y de paz. Concede tranquilidad al desasosiego del corazón provocadas por las inquietudes de la vida. Conocer a Jesús, amarlo, seguirlo.