Puedes cortar todas las flores, pero no puedes evitar que llegue la primavera» dijo el poeta chileno, Pablo Neruda. Quizá no sospechaba que sí, que la primavera se evita cuando al mundo lo habita el odio. Explosiones, disparos, bombas, soldados muertos: no puede ser primavera. Si hay hambre, mutilaciones, muertos, no puede haber primavera. Si hay odio silencioso no puede haber primavera.
Sería bueno, que desapareciera la tragedia en Gaza porque alguien de repente improvisara aquella Primavera de Praga de 1968 en la que surgió un movimiento de rebelión frente a la opresión. Aquella primavera fue reprimida nada más nacer, pero fueron días buenos en que la gente gritó gritando, gritó gritos de libertad liberadora. Fue una buena primavera.
Sería bueno que Ucrania se liberara, sería bueno que no fuera invadida. Sería bueno que el neo Zar que ha ganado unas elecciones mediante una patética puesta en escena, fuera destituido por una nueva revolución rusa como aquella de 1917 y que también comenzó en primavera. El odio de años y años, odio añejo y putrefacto, odio resentido y enmohecido anidó en aquella frontera a la que las dos naciones miraban de reojo. Sería buena una nueva primavera con lluvia de la que limpia y sana fronteras, territorios, almas y pensamientos.
Sería bueno que las gentes se rebelaran contra el adoctrinamiento fácil y exigiera mensajes en forma de libros que leer y meditar y que así se enterrara la ignorancia sobre la que se alzan líderes de cartón piedra. Sería bueno otro mayo de 1968 en París, en el que la gente tenía la audacia de ser tan ingenua como para gritar: «¡La imaginación al poder!», o «el patriotismo es un egoísmo en masa» Qué bueno sería que esos gritos no resultaran infantiles; que el escepticismo práctico no se hubiera apoderado de la calle; qué bueno sería poder creer otra vez.
Sería bueno que la vida concediera revivir esa primavera en que cada uno se descubrió como hombre y como mujer, y vivirla de nuevo desde la madurez, con los ojos de la compresión y con el atrevimiento temerario del adolescente. Las noches de primavera en que se podía cantar en las plazas y sentarse juntos a pasar la tarde, hablando, sin más, mientras la vida nos esperaba desprovista de colores rosas.
Sería bueno que ninguna persona más en el mundo oyera, viera ni temiera las bombas a su alrededor; que ninguna persona tuviera que vivir el hambre de sus hijos. Sería bueno que la Ley del Talión se derogara en el espíritu de un pueblo y que cada quién regresara a su casa y pudiera vivir en paz.
La primavera tiene estas cosas: el aire se inunda de pólenes mezclados con alucinógenos que invitan a tener sueños naif en voz alta. Mientras haya gente acorralada por un inmenso caudal de odio no habrá una primavera cierta. Mientras haya desprecio silencioso los días tendrán esa capa de color gris que convierte al mundo en algo mediano.