España vive en permanente estado de fiesta, de finde, de puente, de acueducto. Tendremos el paro juvenil más alto de Europa, la deuda pública de las que hacen época, los índices de productividad muy bajos, la economía sumergida 'bien gracias', la crisis de las instituciones a expensas de Puigdemont y el narco controlando el Estrecho, pero la calle pide fiesta. La vice2 Yolanda —estrepitoso fracaso en su Galicia— quiere más libranzas y menos jornada laboral, porque nos falta tiempo lúdico, holganza, celebración, escapes.
Las épocas de crisis y conflicto, los cambios de época se han acompañado a lo largo de la historia de una suerte de fuga colectiva, de gran escapada masiva, el arte de la huida como proyecto social. Como si se comprimiera el tiempo y todo fuera presente, como si los días brotaran de forma espasmódica y a una celebración, efeméride o santoral le sucediera otra sin solución de continuidad. Así estamos proyectando la vida. A una pandemia de vida interior le ha sucedido la eclosión de una pandemia de alocado exterior, de ruido forzoso, de ensordecedor encabalgamiento sin fin de momentos fechados y fichados, agendados, como se dice ahora.
Es una especie de bucle, un escenario de comedia con puertas que se abren y se cierran, por donde van pasando personajes que parecen distintos, pero que son (somos) los mismos. Un plató gigantesco: navideño, carnavalero —la Piñata en mi ciudad acabará durando el día completo, sigue triunfando la agrupación Burleta—, semanasantero, castellano-manchego, pandorguero o pandorguil, veraniego, patronal, nacional-patriótico, inmaculado, constitucionalista y… vuelta a empezar, aparte calendarios locales, semanas blancas, despedidas de soltería, tornabodas y afters en general. Acabarán enloqueciendo la antropología y la etnografía moderna si quieren explicarse lo que nos pasa, este ir más allá, de modo y manera que todo se iguala a la baja y lo que eran señas de identidad se convierten en botellones de actualidad. La España oculta que fotografió con talento de pionera Cristina García Rodero se nos ha convertido en la España desatada. (Y me acuerdo ahora de lo que nuestros amigos del pueblito burgalés Castrillo de Murcia nos cuentan de lo que fue y es ahora la fiesta del Colacho, el día del Corpus, fotografiada también por Cristina en los años 70.)
Días estos de ruido y furia shakesperiano, luego retomado por Faulkner. Una polifonía de voces, que como en esa novela se producen, al cabo, de forma acronológica, caóticas, percibidas distintas por cada persona. ¡Y que todo sea transfigurado en fiesta, en lúdico divertimento, en un fluir por las redes sociales y en vatios de potencia!