La realidad que nos circunda, nos supera. Cuando hablamos de misterio, acostumbramos a relacionarlo con cosas y situaciones esotéricas, quizá relacionadas con la magia, con conjuros y hechizos; con revelaciones, profecías, arcanos y enigmas. ¿No es misteriosa la amistad?, ¿no es más misterioso el amor? ¿no nos vemos superados por la entrega amorosa, extrema e irracional del amante sobre el amado?, ¿no nos sobrepasa el perdón inmerecido?
Nos abrimos un año más a la Navidad, al tiempo en el que redescubrimos que Dios está con nosotros. Esa es la mayor noticia, la buena noticia que recibimos cada año: contemplar que Dios no solo está cerca de nosotros, es uno de nosotros. Eso es evangelio, buena noticia. Si Dios no fuera Dios, no podría suceder el milagro de Dios-con-nosotros. Si Dios no fuera Dios, no sería posible que, de una virgen, Dios tomara carne, se hiciera carne como la nuestra. Solo la intervención de Dios hace posible el misterio y la gracia. Solo en el misterio y en el milagro puede concebir una virgen sin intervención de varón al hijo de Dios. Es lo más íntimamente cercano al ser del hombre. Lo contrario es descarnado y extraño.
Y, claro, nos molesta, porque nos descoloca y supera. Reconocer que solo Dios es Dios y que solo Él puede obrar el milagro de su presencia entre nosotros. No podemos manejar a Dios a nuestro antojo; sobrepasa nuestros pensamientos y cálculos.
En esta Navidad, ábrete al misterio. Deja que Dios sea Dios y permite que tú seas buen hogar para él. Un corazón cálido, tierno, entrañable, abierto siempre a otros, abierto a Dios y a su gracia. Con la humildad de reconocer a Dios como el que todo lo puede, como el que te supera, nos supera con sobreabundancia de gracia. Feliz Navidad.