El arte, la creación, la vida, solo es cuestión del punto de vista y de cambiar de lugar el objeto a observar. ¿Qué mirar? ¿Desde dónde mirar? Qué miraron el pequeño grupo de seis alumnos/fotógrafos de la Escuela de Artes y el fotógrafo/profesor Ramón Peco en una plaza nada turística de París, durante una fría mañana de enero. El resultado, la fisicidad de aquella mirada colectiva, es la instalación 'Las palomas giran', ahora abierta en este mismo centro. Entras pisando un suelo alfombrado de folios mecanografiados con el texto original de Tentativa de agotar un lugar parisino, del francés George Perec (1936-1982), una lluvia blanca de letras que son las anotaciones que su autor fue tomando durante tres días consecutivos, octubre de 1974, en la plaza Saint Sulpice.
La obra más célebre de este autor de culto, que experimentó con la palabra más como testigo de lo común que nos rodea que como alquimista del lenguaje, tiene el descriptivo título de La vida instrucciones de uso, 1978, que él llamó «hipernovela». Pero Tentativa, publicado primero como artículo en 1975 y como libro en el 82, es un breve inventario objetivo, frío, sin aparentes concesiones de lirismo alguno, de lo que pasa donde no pasa (aparentemente) nada. Una multifotografía escrita y aséptica, como narrada a un magnetófono, que registra todo, en diferentes horas, desde un café, un estanco o la fuente neoclásica del centro de la plaza, los autobuses y la gente, las letras y los símbolos, la publicidad en tránsito, los vagabundos y un entierro en la iglesia, los cambios del clima o los automatismos que él denomina «fantasmatismos».
La propuesta de R. Peco, plasmada en algo más de doscientas fotos en horizontal (única exigencia) sobre cuatro paneles en orden cronológico, sin texto ni autorías, no es tanto reproducción o adaptación retrospectiva de un texto como ejercicio fotográfico autónomo Opera aquí más bien un juego conceptual entre el ojo escritor y el ojo fotógrafo, el punto de vista otra vez; no son fotos digamos de autor sino que hacen inventario de lo real y de los micro-acontecimientos, como Perec fue haciendo listas, registros, enumeraciones, «contra la angustia de la desaparición y el olvido», en sus palabras. Una suerte de cine mudo de la literatura, de participar sin estar dentro, de deshuesamiento nutriente de la vida. Italo Calvino lo vio —nada menos, digo yo— como un coleccionista de palabras, conocimientos y recuerdos. Un interrogador de lo más común que veía en la página: un espacio de fugacidades habitables.
El grupo viajero de Ciudad Real apuntó sus objetivos fértiles, buscadizos, hacia todos lados, aunque ya no quedan los Citroën 2CV azules como el que uno tuvo hasta bien entrados los ochenta, pero sí captaron los vuelos imprevisibles de las palomas. Acaso las mismas, todavía, que anotaba Perec sentado en el Café de la Mairie —aún existe—, en esa escondida plaza entre el bulevar Saint-Germain y los jardines de Luxemburgo.