Aurora Gómez Campos

Aurora Gómez Campos


La grave afrenta de derribar estatuas

15/02/2024

Rusia ha ordenado la detención, busca y captura de la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, por la destrucción en la propia Estonia de monumentos soviéticos dedicados a los soldados soviéticos que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Letonia, Lituania y Polonia están obrando del mismo modo. Ante estos hechos, la Ministra de Exteriores rusa ha escrito en una red social: «¡Por los crímenes contra la memoria de los que liberaron al mundo del nazismo y el fascismo hay que responder! ¡Esto es solo el comienzo!». A tenor de lo que ocurrió después, parece que a este ejército se le olvidó liberar al mundo de otro totalitarismo del que dieron buena cuenta en los gulags.
Así las cosas, pudiera pensarse que lo que están derribando en Estonia son estatuas del mismísimo Miguel Ángel. Pero no es así, las estatuas derribadas no son otra cosa que brazos en alto, gente enardecida por un simpar ardor guerrero y, eso sí, el fanatismo muy bien materializado en piedra. 
El régimen soviético concedió el premio Lenin, máximo galardón soviético, al gran violoncelista y compositor Mstislav Rostropovich. Cuando Rostropovich defendió públicamente al escritor Alexander Solzhenitsyn, autor de Archipiélago Gulag (1973) se le proscribió y el músico tuvo que emigrar con su familia a Estados Unidos. Además, le acusaron de que su música «no era popular» y de que esa extraña música de Rostropovich era bastante burguesa, según sus soviéticos oídos. A los totalitarismos siempre les ha molestado la cultura por meras razones de manejabilidad de la masa. Por eso, tan solo han realizado burdas imitaciones de arte a través de esa estética kitsch de la que tanto se quejó el escritor checo Milan Kundera en su libro La insoportable levedad del ser (1984)
Aunque estos hechos ocurrieran en el siglo pasado, el actual régimen ruso considera el derribo de bustos y de estatuas de soldados con el fusil en ristre, como acciones «hostiles» y como una «profanación de la memoria histórica». Parece que el actual presidente de todas las rusias está rememorando y rentabilizando la antigua estética y ética de aquella Unión Soviética para poder considerar la caída de una estatua como una afrenta. 
Y es que, si hay algo peor que un agresor es un agresor que se siente víctima. Rusia invade Ucrania porque se siente víctima de esa gran potencia económica y armamentística que era ¿Ucrania? Es decir que, para poder atacar e invadir a un pueblo, primero hay que crear un relato de victimización que justifique cualquier acción bélica. «¡Esto es solo el comienzo!», jalea la ministra de Exteriores rusa como si cada estatua caída fuera una irrepetible obra de arte. El agresor siempre necesita una excusa, por nimia que esta sea, para ofenderse y, una vez compuesto un buen traje de víctima, proceder a realizar las acciones más deleznables. Primero matan el nombre, después matan la identidad del pueblo y, a continuación, vendrá el olvido de su existencia.
No hubo víctima más víctima que el pueblo alemán, según los fervientes discursos de Adolf. Hay que cuidarse de las víctimas que lloran por las caídas de sus estatuas porque, entre llanto y llanto, no tendrán reparo moral alguno en eliminar lo más preciado: la verdad y la vida.