Este domingo celebramos en la Iglesia la Jornada Mundial del enfermo y es que, el 11 de febrero, todos los años, recordamos a la Virgen de Lourdes que tiene una especial relación con los enfermos. Ese día, el 11 de febrero, fue el primer día de las apariciones de la Virgen María en Lourdes a una pequeña niña: Bernadette Soubirous. Desde el primer momento, los debilitados por la enfermedad se acercaron a la Gruta de las apariciones con una vela y con la sola fuerza de su oración.
La enfermedad es signo profundo de la naturaleza humana. Cuando nosotros pensamos, -cuántas veces lo decimos- que en la juventud es donde se manifiesta el mayor esplendor del hombre, sin embargo, es en la debilidad, en la enfermedad, también en aquella profunda que es el pecado, en la que descubrimos la mayor plenitud, paradójicamente, de lo que somos. En la debilidad es donde se manifiesta nuestra fuerza y nuestra grandeza. Si renunciamos a ello, en realidad, rechazamos lo que somos.
Sí. Contradictoriamente, en la debilidad, en la enfermedad, en la pobreza, igual que en Dios, también se manifiesta en nosotros la fortaleza. Hay que saber vivirlo. La enfermedad nos acerca a Dios, porque solo en él podemos encontrar la salud. También, por supuesto, en lo que se refiere al pecado, que es la mayor de las enfermedades. Si para las físicas acudimos al médico, ¿a quién acudir en las del alma? El pecado cangrena y pudre lo íntimo de nuestro corazón. En el rechazo de su existencia es donde, en realidad, fracasamos.
Dios nos cuida, nos quiere y, por eso, nos salva. Acudimos a él como fuente de salvación en todo.