Nació en Campo de Criptana un 25 de enero de aquel año en que los españoles se enfrentaron a los españoles. Esa guerra le quitó a su padre cuando tan solo tenía dos años. Una herida en el corazón inolvidable alrededor de la cual sembró amor en vez de odio. Estoy hablando de un gran poeta, de un hombre lleno de bondad y humanidad que supo encauzar su camino al lado de Dios y sus poemas para dejar a un lado el germen del rencor y la venganza.
La persona a la que quiero y admiro y hoy traigo a esta columna es Valentín Arteaga. Al escribir su nombre visualizo su rostro que me regala una sonrisa llena de ternura, porque esa es otra de sus características: su generosidad. Y escucho su voz como una melodía que también te envuelve. Y pienso en mi suerte.
Este manchego, que pronto llegará a sus 89 años, ya está retirado en el Monasterio de Santa María de Iranzu, donde, a finales de los 50, realizó su año canónico de noviciado. Y me lo imagino feliz en su silencio, en esas tierras navarras que tanto ama, mientras camina por esos lugares sagrados como lo hizo por su Roma, en aquellos 12 años en los que fue Prepósito General de los Padres Teatinos, esa capital romana donde ya había estado muchos antes formándose. Roma, siempre Roma, y su maravilloso cuaderno, ahora ya convertido en un gran libro.
Quiero verlo en su nuevo refugio, con sus paseos, con sus añoranzas, con sus versos, con esa niñez siempre tan presente, con esa paz que sólo los hombres buenos alcanzan como los montañeros las grandes cimas: con esfuerzo, con las ganas y con la ilusión intacta. La misma que, estoy segura, tiene ahora mientras prepara su pequeña maleta para volver a su Mancha, a Tomelloso, donde llegará acompañado de su fiel amigo Jaime Quevedo, su confidente, su editor, su ayudante, su ángel…
Y es que este sábado, en el Auditorio del Museo López Torres, Valentín Arteaga va a recibir un título más, el de Hijo Adoptivo de Tomelloso de manos de su alcalde Javier Navarro Muelas. Ya lo es de Campo de Criptana y de Castilla-La Mancha, pero no creo equivocarme si afirmo lo importante que para él es este reconocimiento, pues Tomelloso está escrito no sólo en sus recuerdos sino en su vida.
Corrían los años 80 cuando nuestro poeta como sacerdote fue destinado allá, una aventura que duró ocho años junto a su madre, Ángela, su parroquia, sus poemas, muchos convertidos en hermosas obras de la mano de Ediciones Soubriet, sus jóvenes… y aquellas inquietudes literarias que le llevaron a fundar el Grupo Jaraíz y dirigir El Cardo de Bronce.
Arteaga en 1988 emprendió otros destinos, pero jamás abandonó ese Tomelloso que tan bien le trató. Sus colaboraciones con el periódico de Jaime Quevedo El común de Tomelloso siguieron y sus publicaciones literarias también, además de sus visitas. No hay distancia cuando uno no quiere que la haya, por eso este sábado, Valentín volverá al lugar donde siempre estuvo.