Hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive para la política o se vive de la política. Para el pensador alemán, Max Weber, la diferencia entre ambas situaciones se encontraba en el plano económico:«Vive de la política como profesión quien trata de hacer de ella una fuente duradera de ingresos; vive para la política quien no se halla en este caso». Un siglo después sigue vigente la reflexión, aun con más fuerza, que en el convulso año de 1919, donde Weber rebatía las ideas socialistas de su paisano Karl Marx.
De manera general, la política está profesionalizada y esa profesionalización, de los cargos públicos, les resta capacidad de movimiento y libertad de acción a quienes desempeñan el mandato de los ciudadanos. La falta de experiencia laboral previo al cargo electo, y, no tener donde poder retornar en caso de dejar la política, junto con la necesidad de una marca electoral, que te arrope cuando hace frío en el exterior, aun no compartiendo las ideas del partido, son los dos motivos de la pérdida de la libertad de un político. Mientras eso sucede el político se debe al partido y no al ciudadano por mucho que predique lo contrario.
La libertad real de acción de un político es cuando puede decidir, libremente, sin el miedo a la pérdida del puesto de trabajo. Sin miedo a caerse de la lista, sin miedo a no ser designado para un nuevo puesto de carácter institucional sin necesidad de pasar por las urnas. Y, sin miedo a quedarse fuera de las siglas del partido.
La libertad de expresión, por el contrario, es admitida en la mayoría de los partidos políticos, incluso cuando se discrepa en los medios públicos. Eso, incluso, puede ser una señal de democracia y libertad del partido hacia el exterior, pero dentro del partido impera la dictadura del secretariado y la fuerza de las siglas. Da lo mismo el ámbito electoral.
Trasladando la idea de Weber a nuestro entorno más cercano, encontramos claros ejemplos donde algunos políticos, después de toda una vida desempeñando cargos públicos, consideran que viven para la política, pero sucede lo contrario. Es solo un espejismo para auto-justificar su incapacidad para desenvolverse en la sociedad en un puesto de trabajo y al mismo tiempo ocultar su pérdida de libertad personal viéndose obligados a seguir al frente de los cargos que el partido le ofrece cuando sale en su rescate. Si después de muchos años en política, cuando se quiere salir de ella, no se tiene dónde ir es que se vive de la política para seguir haciendo de ello la fuente de ingresos. La falta de preparación, la mediocridad de los cargos, impide que, cuando un político pierde unas elecciones se retire a su casa con la dignidad del perdedor.
Muchos políticos acceden desde cargos internos de partido, lo que se llama funcionarización del militante. El partido se convierte en su empresa. Comienza a ser habitual que, el político que pierde unas elecciones, y forma parte de ese funcionariado, incluso sea gratificado con un nuevo puesto de categoría y retribuciones superiores. Cuando un cargo electo pierde unas elecciones en raras ocasiones se produce el retorno a un puesto de trabajo anterior. Cada vez, lamentablemente, son menos los cargos políticos procedentes de entornos laborales de trabajo cualificados fuera de la administración.
Un político puede perder las elecciones en su circunscripción electoral, municipio, provincia, región, etc., y sin embargo es cambiado a otro cargo político donde no necesita del voto de los electores. Solo necesita la designación del partido para ocupar el cargo. Cuando esto sucede no son los intereses de los electores lo que se preservan, pues los electores ya se han manifestado democráticamente, no votándole, son los intereses del propio partido y de sus dirigentes. Lo que se protege con el nuevo nombramiento político es la capacidad de movilización entre los militantes para mantener votos suficientes que garanticen la dictadura del secretariado.
La figura del político profesional no suele estar bien vista en términos generales. Alrededor de ella suele haber siempre un pensamiento entre los ciudadanos de poder, codicia, egoísmo y manipulación, pero no es así, la mayoría de ellos suelen ser honrados y honestos en su trabajo político. Nuestro sistema de derecho se ha ocupado de que así sea castigando la corrupción. Lo que hay detrás de todos ellos es una defensa del puesto de trabajo. De supervivencia. De mediocridad.
En los partidos políticos, como en otros órdenes de la vida, se produce una cierta endogamia dentro del ámbito territorial y de las siglas. Cuando el partido tiene tirón electoral es más importante controlar la pertenencia al mismo que la oferta política al ciudadano. El político profesional termina perdiendo siempre sus valores personales cuando entran en contradicción con el partido (con su líder). No es libre para marcharse y no es libre para decidir si continuar en política.