Me dice mi alumna Lucía que nunca les he dedicado a su clase un poema. Es cierto que escribí un poemario Tratado de ciencias inexactas, como homenaje al mundo de la educación, con poemas sobre la figura del maestro y las diferentes asignaturas pero también es cierto que a mi alumnado actual, hasta hoy, no le he dedicado ningún poema o artículo.
Por razones obvias no puedo hablaros de cada adolescente al que estoy dando clase durante este curso. Pero si puedo contaros que, al final de curso, me dará mucha pena despedirme de ellos. Cuando acabe junio habremos pasado diez meses juntos y, dado que soy profesora de ámbito científico-tecnológico en el programa de Diversificación, compartimos bastantes horas a la semana. Todo este tiempo relacionándonos hace que nos acabemos conociendo bastante bien y que los docentes podamos detectar incluso, mirándoles solo y sin que nos hablen, si se encuentran bien o no.
Así, a pesar de los momentos menos amables que puedan sucederse entre nosotros, acabaré cogiéndoles mucho cariño, más aún del que ya les tengo. Celebraré, por supuesto, que algunos acaben este ciclo educativo y puedan elegir aquello que les guste para estudiarlo a partir de septiembre pero experimentaré cierta nostalgia cuando empiece el próximo curso sin ellos.
Es cierto que los tiempos han cambiado, que existe una crisis de valores o que no se cortan en su vocabulario y lo utilizan inadecuadamente en cuanto a calificativos se refiere. Pero también es cierto que los adolescentes son personas con muchos conflictos interiores que se están formando y, a veces, hay circunstancias inevitables a su alrededor que no les acompañan bien en este camino. Y es cierto que en muchas ocasiones solo necesitan que alguien les escuche, simplemente, aunque ni siquiera tenga una respuesta para su problema.
Las personas que nos dedicamos a la enseñanza sentimos también que nadamos a contracorriente, intentando, por ejemplo y entre otras muchas cosas: Luchar contra determinadas lecciones de influencers, transmitirles que no deben pasar tantas horas delante de la pantalla, que deben labrar un hábito de trabajo diario, que deben desayunar antes de ir al instituto o comer, en general, de un modo saludable.
Pero, a pesar de las dificultades, siempre hay mucho de gratificante en esta profesión. Hay, por ejemplo, chicos y chicas que logran sacar sus cursos adelante porque entienden el mensaje que tanto le repetimos los profes, que están receptivos a nuestra ayuda y se aferran a ella de un modo positivo. Hay una parte del alumnado que es bastante responsable y siempre obtiene buenos resultados gracias a su trabajo, por supuesto, y siempre hay otra parte que, a pesar de no aprobar y de trabajar poco, en el futuro nos recordará gratamente y tal vez lleve a su memoria alguno de nuestros consejos.
Las profesiones en las que se trabaja, tan directamente, con este material tan sensible como es el ser humano, van sembrándonos un nuevo rinconcito en el alma donde conservamos a esas personas a las que cuidamos o educamos y en las que dejamos siempre, una gran parte de nosotros.