Elisabeth Porrero

Elisabeth Porrero


El hermoso viaje de las palabras de Gallego Ripoll

02/10/2024

El hombre que se creía Marco Polo (Ediciones Fantasma) es un precioso viaje a través de una cuidada y acertadísima selección de poemas de la obra de Federico García Ripoll. Nacido en Manzanares, es, sin duda alguna, uno de los mejores escritores de nuestra tierra.
El prólogo y la traducción al portugués, realizados por Carlos Ramos, suman aún más belleza a la que ya desprenden todas las palabras de Federico que aquí se nos ofrecen. 
El lector viajará, de la mano de este navegante de versos, al interior de sí mismo mediante sorprendentes metáforas que tantas ideas nos sugieren, por ejemplo: «y se callan los grifos…/ y gotean las últimas macetas» del poema ¿Quién?, que forma parte de los seleccionados de su poemario Poemas del condottiero. Ese silencio de la espera se refleja varias veces a lo largo de la obra y, tan bellamente descrito por el autor, parece que quisiera acompañarnos para llenarnos de paz y de alegría.
De Crimen pasional en la plaza roja se nos ofrecen hermosísimas onomatopeyas y juegos de palabras para recrear y vencer palabras como soledad. Así, ¿Quién dijo que estábamos solos? comienza con la reflexión: «Ni a solas solos estamos. Otros están pasando…», para añadir después: «Solo Dios no tiene Dios».
Con esta gran maestría puede decirse que Gallego Ripoll, además de escribir poesía, compone música en cada estrofa. Podría decirse también que sus poemas van más allá de invitarnos a la reflexión y de transmitirnos sentimientos, funciones primordiales de la poesía que, en su caso, se cumplen con creces. Él, que moldea con gran mimo el barro de la inspiración, nos enseña además a detenernos en la sonoridad de cada verso y escucharla, a deleitarnos al leer cada palabra y acariciarlas todas.
De este mismo libro: ¿Quién dijo que estábamos solos?, se ha seleccionado después Las manos besadoras se suceden. Este título constituye el primer beso y es otro magnífico ejemplo de cómo Federico sabe sorprender a las personas que lo leen. Siempre parece que todo está dicho sobre el amor y, sin embargo, hay autores como él que saben otorgar funciones inesperadas a otras partes del cuerpo para describir cómo proporcionan amor. Este bellísimo poema finaliza, como no podía ser de otra manera, hablándonos de la luz que supone este sentimiento, de un modo tan rotundo como estos versos cuentan: «…deseo de existir, luz presentida/ por la frente del ciego, luz mucho/ más hermosa que la luz».
Otro de los numerosos recursos literarios que, con tanta maestría, utiliza Federico es la paradoja, como puede comprobarse en el poema ¿Quién es esta ciudad?, del poemario Ciudad sin puerto, con ese brillante final: «Soy rico. /Cada vez tengo menos cosas».
A lo largo de esta obra, evidentemente, se nos habla también de la palabra y de la poesía. En el poema Ser isla del gozoso poemario Las travesías, el autor utiliza la bellísima palabra amarame, cuando reclama: «Háblame, dame/tanto mar como me hablas,/ que no dejen tus brazos/ de amararme…».
Podría contarles muchas más cosas sobre esta antología por todo lo hermoso que sugiere, el espacio de la columna lo impide, pero espero haberles dejado con muchas ganas de indagar en ella, a la que si tengo que definir con una sola palabra sería belleza.