Qué título arriba. O abajo. O dentro. Hoy se ha escrito solo. Por su cuenta. Antes, pero después de que transitara lo de dentro. Casi nunca pasa. Casi siempre uno titula al final. Y hasta el instante de enviarlo al periódico es factible cambiar algo: plural o singular, el orden, la cursiva, algo. Ver otro menos…, pero que diga, que te traslade. El título es la primera impresión, seguramente. Podría sintetizar una idea o una provocación. A veces salen solos, rápidos, fulminantes, hasta autónomos del texto. Otras, no.
Dos o tres palabras pueden decir nada o todo. Un vivir. Ese flujo de cosas que llegan y se cruzan o sobrevuelan. Como las imágenes que captaba Adrián desde las mayores alturas madrileñas y nos enviaba, que me parecía estar, poco antes, regresando todavía de las nubes. Edificios que son pequeñas maquetas. Una caja de cristal. Sensación de fuera o dentro. El edificio cilíndrico por cuyo alrededor había pasado tantas veces hace siglos e incluso estado dentro.
Interiorizar lo real y exteriorizar lo soñado. Lo buscado. Lo imaginario. En la otra foto de Alberto, por el contrario, lo exterior deseado e ilimitado, las hojas de los robles sustituyendo al papel huido, acaso fugado en esos casos para siempre. El ordenador fuera que señaliza el trabajo que llaman «en remoto». ¿Viviremos mundos remotos que están en este? Vestirnos por dentro de vida exterior. Necesitar del aluvión de exterioridades, reconocimientos, premios, conmemoraciones por doquier, de lo celebrativo, de corporeizar, lo imaginario de la materialidad. Acaso como esa foto que alguien, entre escandalizado a incrédulo, me remite al móvil sobre una especie de extraño mirador o banco o túmulo de tres escalones de granito que ha brotado de pronto junto a la casa don Vicente Notario, el médico de mi niñez, y frente al camarín de la Patrona de mi ciudad. Tres peldaños para estar más cerca del cielo que incluso llegaron, polémicos, a un pleno municipal. ¿Necesitará mi ciudad ascender, huir a los cielos divinos, escapar hacia esferas menos terrenales?
Como le llegaba a uno la convocatoria del libro que el diseñador gráfico editorial Jaime Narváez presentaba en el Espacio ZZ, la librería/taller de Mario, vida interior de ley. Convocaba Jaime, bajo la sugerente proclama de «¡viva el papel, viva la imprenta y vivan los libros!», a conocer su obra El libro tras el anuncio de su muerte (Ediciones Exit, 2024). Difícil convencer a los superconvencidos como uno, amantes truffautianos del amor a la tinta, a los habitantes de ese objeto de arte y tipografías que ya Umberto Eco y J.C. Carrière nos avisaban, en 2010: Nadie acabará con los libros (Lumen). Envidiable salud libresca que en el cuidado volumen presentado te hacía disfrutar anticipadamente de su vida interior con solo acariciar la textura de su cubierta. Exterioridades que filtran lo interior.