La película Ninotchka, sátira anticomunista de Lubitsch, 1939, se anunció en su día con el lema «¡Garbo ríe!». La hierática Greta, bella y fría, había aparecido siempre en pantalla demasiado seria. Y Hollywood tenía que publicitar las carcajadas de una nueva comedianta, la comisaria política que acude a salvar a los tres agentes soviéticos que se rendían ante el enemigo burgués en París, para acabar ella enamorada del aristócrata Melvyn Douglas y tocada con un sombrero imposible.
Y es que no pude evitar recordar esta divertida obra maestra durante la sesión de investidura de la pasada semana, en el Congreso de los Diputados, cuando pensaba el título de la columna, después de las risotadas del presidente Sánchez, burlándose del líder de la oposición. «Extemporáneas, aterradoras, que helaban la sangre», las ha definido Andrés Trapiello. Carcajadas fatuas, maleducadas, que nada atentan, supongo, a ese buen decoro de la Cámara que con tan exquisita neutralidad pastorea Armengol. «¡No soy presidente porque no quiero!, jajajajaja…». Su propio chiste, la mofa sobre el contrincante electoral que ha despachado —como a media España— de representante de enemigos colindantes con la ultraderecha, aunque él sí ha querido seguir siendo presidente, pactando una Ley de Amnistía (anticonstitucional) con el principal culpable de los delitos contra el Estado de Derecho y con los partidos independentistas catalanes Junts y ERC.
Ríe Sánchez a mandíbula batiente. Y el Congreso (sólo 179 escaños) se divierte: otro título de película, cuando Metternich quería un nuevo orden internacional. ¿Acaso deviene ahora otro orden constitucional? Lo que sí llega, lo proclamó el investido con habitual impostación, es un «muro democrático». Hasta ahora los muros eran separadores, signos de encastillamiento, de división fronteriza, de cordón sanitario (¿les suena el pacto del Tinell de 2003 entre socialistas y nacionalistas para vetar a los populares, cuando aún no existía la bestia negra de Vox?). Pero desde noviembre de 2023 es un amurallamiento bien hormigonado contra media España por haber votado mal y, por tanto, culpable de obligar a amnistiar, desde 2012 hasta ahora, a golpistas, terroristas urbanos y corruptos separatistas. Es el polarizante y frentista mensaje de quien debería gobernar para todos los españoles. El histórico muro rockero de Pink Floyd (otra película), metáfora de tantos muros contra libertades y desigualdades por romper definitivamente, es lo que en esta vieja nación se quiere levantar.
Podría haber escrito más de cine. Por ejemplo, de cómo en ese 1939, en que el mundo iba a estallar de nuevo, la historia del cine producía además Lo que el viento se llevó, La diligencia o El mago de Oz. Y entonces el columnista habría mirado —ciego, burlado por asimetrías que nos empobrecen más— hacia otra parte. Es para partirse de risa.