Siguen las protestas de nuestros agricultores. Han llegado después de ver cómo nuestros vecinos franceses vertían el contenido de sus camiones que iban para abastecer a mercados de otros países de la UE. El campo español está indignado porque la cadena alimentaria está viciada y sus productos a pie de campo no valen lo suficiente para paliar los gastos necesarios. Piden precios justos para el campo. Es una lucha reivindicativa que hasta ahora es aplaudida por la mayoría de la sociedad española. ¿Quién no tuvo o tiene por estos pagos una familia agrícola-ganadera? Todos estamos de alguna manera implicados. La agricultura lleva en su nombre la cultura bajo el brazo. Es la primera y la más respetable de las artes. En un libro aparecido allá por el año 1935, en Madrid , a cargo de la editorial Magisterio Español, dirigido a cursos de lecturas rurales y agrícolas se decía:«Queremos ayudar al niño para que descubra la belleza, fresca, profunda y sencilla del campo español. Hasta en el propio hacer en los duros afanes del oficio: arar, sembrar, caminar - hay algo de 'señorío', algo de perfecta elegancia».
Los agricultores han tenido el privilegio de hablar todos los días con Dios a cielo abierto y ahora están cansados de mirar hacia arriba, como una maldición cainita. Los tecnócratas de Bruselas y la negada meteorología han cambiado sus ciclos agrícolas y lo que es peor, sus costumbres. Ahora montan guardia en sus respectivas organizaciones sindicales y ya no aguantan tanto la reja, pero sí aguzan su vista cansada por los papeles de colores y las claves de los boletines para ayudas y subvenciones de la Consejería de Agricultura o de la Unión Europea. Ahora salen de casa por San Blas, no para ver sí han llegado las cigüeñas a las espadañas de las iglesias, sino para realizar una auténtica carrera por las oficinas y despachos de la burocracia. Son las nuevas besanas de los agricultores que en sus días están entre ordenadores y archivos.
Nuestros hombres del campo dejaron de ser auténticos artesanos de la tierra para ingresar, probablemente, en la reserva de los funcionarios sin nómina fija. Ahora su papel lo tienen ya asignado: pendientes de órdenes y decretos, de plazos y subvenciones y expertos en edafología, para ver qué tipo de ayuda encajan en sus 'picos' de tierra. En resumen, ahora toca aprender a plantar en vez de sembrar. No están de acuerdo, pero los tiempos vienen así.En otro Buenos días de 1999 escribí:«España resistirá en la defensa del campo. Estos tíos bruseleros no saben distinguir el grano de la paja y se dejan arrastrar por un desaforado plan de recortes agrícolas que colocan en fuera de juegos los objetivos de la PAC definidos por el Tratado de Roma: incremento de la productividad; asegurar el nivel de vida de los agricultores ; garantizar la seguridad de los aprovisionamientos y asegurar precios razonables». Veinticinco años han pasado. Seguiremos. Y en esas estamos.