El hijo del tío Pacorro, para demostrar a sus padres lo adelantado que iba en sus estudios, les escribió una carta en latín que tan sólo llevaba en castellano la introducción: Queridos padres. Al recibir la carta y no entender nada, los primogénitos decidieron mostrársela al señor cura para que les hiciera la traducción, puesto que se daba por hecho que sabía latín el sacerdote. Pero la letra del estudiante era tan 'garrafal', de modo que el señor cura no entendiendo nada de ella, remitió a los padres a casa de don Servando, médico de la villa, suponiendo que como persona acostumbrada a la letra difícil, podría sacarles del apuro. No obstante, pese a la buena voluntad que el señor médico puso en descifrar la misiva, tuvo que darse por rendido. Como último recurso, recomendó a los padres que fueran a ver a don Crisóstomo, el farmacéutico. Sin duda, era el único que estaba en condiciones de resolverles el caso. Una vez en presencia del farmacéutico, los padres sin más preámbulo, le dijeron: «Aquí nos manda don Servando para que nos dé usted la contestación de esto». Don Crisóstomo cogió la carta y entrando un momento en la rebotica, salió agitando un frasco y dijo a los padres: Esto deben tomarlo después de cada comida y a cucharadas.
Otra historia verídica ocurrida en La Solana y muy comentada en la Villa. Decisión la que tomaron los dos concejales del Ayuntamiento que para acudir a un pleno ordinario tuvieron que acceder al salón de sesiones a través de uno de los balcones que existen en el frontispicio de la Casa Consistorial, por medio de una escalera de albañil que hallaron en los soportales de la plaza. Los ediles vieron qué era absolutamente imposible subir al salón de sesiones reglamentariamente por la puerta que se encontraba de bote en bote para la renovación del Documento Nacional de Identidad. Ni cortos ni perezosos, al no querer molestar a los vecinos que atestaban el acceso, a trancas y barrancas, no lo pensaron dos veces y se encaramaron decididos por la escalera que encontraron, sin temor al batacazo. También hubo otro vecino que no quiso perderse el pleno y siguió el mismo rumbo que sus representantes. Otros, en cambio, menos atletas o tal vez temerosos al descalabro aéreo, tomaron otros derroteros y acudieron al pleno de oyentes a través de un corredizo que existía en las dependencias de los calabozos. Se da la circunstancia que ninguno de los ediles se dedicaba a la construcción, uno era empresario muy conocido en la localidad y el otro perito agrícola. Seguramente que quisieron emular con su 'hazaña' pintoresca pensando en la escena de aquellos novios rondadores de los años 30 del pasado siglo. Y en esas estamos.