Un día y otro y otro y sigue la suma, mientras impotentes se ve cómo las cenizas protagonizan el paisaje.
Los Ángeles (California) arden. La meca del cine nos muestra la peor de sus imágenes mientras miramos desolados y confusos. No es ficción, aunque lo parece. Las llamas se expanden y las condiciones climáticas, con ese viento que no se calma, ayudan a que avancen y sumen más horror al horror. Los materiales utilizados en Estados Unidos para la construcción de las casas, muchas prefabricadas, o de madera, imagino que también contribuyen a este caos.
Son los incendios más devastadores de la historia de esta parte estadounidense, del sur de California, principalmente los de Eaton y Palisades. Al menos, eso cuentan los medios de comunicación. Los muertos ascienden a 25, aunque todo apunta a que la cifra aumentará por la lista de desaparecidos. Las personas evacuadas se cuentan por miles y miles y se habla de más de 175.000 las que han tenido que abandonar sus hogares, unas casas a las que tampoco volverán miles de familias porque ya no existen, porque han desaparecido. Las casas y también sus recuerdos, y el esfuerzo de sus vidas, del trabajo de muchos años (y en esta frase recuerdo a tantos y tantos valencianos víctimas de la DANA). Y si seguimos con las cifras, 6 son los millones de personas que están alerta porque podrían verse amenazadas por esos incendios.
Las redes sociales no paran tampoco de mostrarnos esas imágenes que resultan increíbles. Un antes y un después que se funden para mostrar un ahora que no deja de parecer de ficción por su dureza, por su destrucción, por su aspecto.
El fuego se abre camino y arrasa con todo lo que va encontrando a su paso. No distingue ricos de pobres. Las grandes mansiones han caído también en las garras de este monstruo que no perdona, que no analiza si las inversiones han sido millonarias o no lo son. Todo queda reducido a la nada. La nada se convierte en una realidad impensable.
Más allá de las pantallas, el escenario que se observa estos días en Los Ángeles nos muestra, una vez más, que somos más vulnerables de lo que pensamos. Que en un instante todo puede cambiar y que nadie está libre de pecado. Aquí no hay padrinos, ni hadas madrinas ni protectores. Hoy es hoy, y el mañana por muy cerca que esté sigue sin escribirse. Mirar hacia atrás y no creer aún lo que ven los ojos; mirar hacia delante y no saber por dónde empezar a caminar.
La naturaleza nos está ganando una batalla y no somos ni conscientes de ello o no queremos serlo. La naturaleza nos está diciendo que algo no estamos haciendo bien, pero tampoco queremos pararnos a escuchar y analizar sus enfados, porque tendríamos que dejar de hacer demasiadas cosas. Seguirá gritando y espero que, algún día, sepamos entenderla.